sábado, 17 de mayo de 2025

De acantilados, vorágines y caminos

        Inspirado en mi último viaje y con todo el respeto y cariño para esas personas que sufren lo que yo solo puedo imaginar. 
Gracias por leerme.


De acantilados, vorágines y caminos

        He perdido la noción del tiempo que llevo aquí parado, pero se que no es poco. El picor caliente que el sol me está provocando en la nuca me lo indica. Se que venía de allí y que me dirigía hacia allá. Se que me detuve aquí para fotografiar lo que contemplo acá. 
Lo que no se es dónde se ha metido todo el mundo, todos los que dejé atrás antes de esta última subida, que no fueron pocos. Ni tampoco logro entender la pesadez extrema sobre mis hombros, si la mochila descansa sobre el manto vegetal de la duna donde me apoyo.

    Esto no me gusta, esto no está bien. El mar de zafiro en calma que tengo capturado en mi cámara ya no es el mismo. Se ha embravecido hasta opacarse, castigando impunemente a las rocas allá abajo. Esto no está bien. Y yo ofuscado, a salvo aquí arriba pero sin estarlo, con un descontrol que me controla, un sudor que la brisa no barre, un aire que rehúsa entrar en mí. Esto no me gusta. Para ya de repetir eso joder. Necesitas calmarte y respirar paso a paso. Veo tiburones ahí abajo saltando desquiciados. No, no pueden ser de verdad.

    Alguien viene por la derecha, una pareja. No puedo pedirles ayuda, mi pecho tiene atrapada mi voz. Ya se acercan, ya están aquí. Pero... ¿esto qué es? ¿No me ven? Pasan de largo delante de mis narices. Con un dolor en el pecho que me constriñe hasta el brazo al lanzarlo contra su desplante, la chica, solamente la chica, se desvanece como un remolino de esta arena rojiza.
Esto no me gusta. Y él... continúa el camino... ¿sin inmutarse? Esto no está bien.
Ahí abajo las bestias me esperan y lo que resuena por encima del látigo sobre las rocas es un martillo frenético en mi costillar.

    Risas. Infantiles. Ahora una familia, pero ¿de dónde han salido?
Tienen que ayudarme, por favor, por favor. ¡¡Nooo!!
Mujer y niño han volado como plumas directos a partirse el espinazo contra las rocas. Los tiburones se sirven a su antojo. Y una vez más el hombre continúa como si nada.

    Agua, necesito agua. Tengo la lengua como un zapato pero no reacciono. Miro a mis brazos inquisitivamente para obligarlos a cumplir una orden que parece no llegarles en mitad de esta vorágine sin sentido. A cámara lenta los veo moverse y a unos pasos aparece un hombre mayor que envejece, se encorva y pierde luz a medida que se acerca.
Cuando a su velocidad de penitente pasa frente a mí, se gira sin detenerse para mirarme frente a frente. Me reconozco en él debajo de su decrepitud y cuando él reconoce en mí el escalofrío del miedo al borde del acantilado, me sonríe, se yergue y alegra el paso hacia donde yo me dirigía.

    Mi mirada atónita e inmóvil centrada en este personaje parece ir desagüando el ruido de mi cabeza. En alguna parte dentro de ella, muy al fondo, algo se hizo fuerte, más que yo. Ahora que el mar vuelve a ser zafiro y mi pecho se desentumece, ahora que el aire entra y el sonido sale, ahora le encuentro el sentido a la vorágine. El pánico a lo que venía y ya no vendrá, la ansiedad por lo que sí lo hará.
Y mientras, el murmullo enfrascado de la música en mis cascos que cuelgan no se paró. Suena, bendita ironía, "Miedo" de Izal. Sonrío, levanto la mochila sobre mi espalda, miro el camino que me queda por delante y voy en busca de aquel viejo alegre. Y canturreo.

"Se que te irás en el mismo momento en que deje de pensarte..."

sábado, 19 de abril de 2025

Nos veremos en la siega (I)

    Vuelvo, para variar, después de un tiempo, pero vuelvo con algo diferente a lo que estoy acostumbrado. Salgo de mi zona de comfort para ver cómo me sentía escribiendo en primera persona dándole voz a los personajes. Eso y que por primera vez la historia será en capítulos.
Bueno, como siempre digo, espero que os guste y gracias por leerme.


Nos veremos en la siega (I)

        Con la ventanilla del coche subida hasta el tope voy mirando entusiasmado el paisaje de este lado de la carretera, que aunque solo sean colores de la tierra con matorrales y algunos árboles, es mi favorito, porque vamos al pueblo.
Estoy deseando llegar y darle un abrazo a mis abuelos y marcharme corriendo a la plaza a jugar con mis amigos que no veo desde hace un año. Y también poder respirar, que aquí dentro me muero de calor, pero papá no me deja bajar la ventanilla, que dice que fuera hace más calor todavía que dentro.
Me llamo Alfonso y tengo diez años, aunque en el próximo mes y medio aquí seré el hijo del harinao.

Llevo dos minutos mareando la cuchara en el poco caldo que me queda en el plato, alerta para salir escopeteada cuando mi madre me de permiso para levantarme de la mesa y correr al bar de mi tita y que nos de un poloflash de cola a mí y a mi prima, antes de que lleguen las otras para jugar toda la tarde buscando la sombra en la plaza de la iglesia.
Me llamo Mariela. Bueno, María Elena, pero prefiero Mariela que suena menos a pueblo, que ya está lleno de Marías.

Alfonso: ¡Pasa, pasa! ¡Aquí! ¡¿Pero dónde vas?! Perdonad chicas, el verderón, que siempre se pasa de fuerza.
"Uy, ¿Y esta quién será? ¿Vendrá de la capital como yo? ¿De quién será? Ala, tiene una camiseta de los fraggle rock, qué guay".

Amigos¡Eeeeh harinaooo! ¡Saca ya o échala!

Mariela: Oye, ¿quién era ese? Nunca lo había visto.

Amiga: Ese, el harinao, vive en la capital y solo viene en verano, pero como tú antes lo pasabas en la finca. Es mono, ¿verdad? jijiji.

Mariela: No sé, supongo. Pero me gusta su camiseta de Naranjito jeje, es graciosa. Bueno, yo me voy antes de que me llame mi madre. Mañana quiero ir al río, ¿os apuntáis? Bueno, pues nada. Yo estaré por allí, por si al final queréis. Adiooos.


Alfonso: Hola.

Mariela: Ah, hola.

A¿Estás sola aquí? ¿Te molesta si me siento contigo?

M: Vale, está bien.

A: Y... ¿haces algo?

M: Sí, pensar.

A: Mmm vale. Y... ¿en qué piensas?

M: No sé, en cómo terminará el libro que me estoy leyendo, en dónde irá toda esa gente en ese avión que está pasando o de dónde vendrán. ¿Tú qué crees?

A: Yo... no sé, la verdad es que no me importa mucho. Yo prefiero mirar las plantas y pensar por qué son así o ver lo que hacen los bichos.

Era un lunes, un lunes como cualquier otro de un verano como otro cualquiera, a la vera del riachuelo que bordeaba las primeras casas a la entrada del pueblo, con un sol aún en calma y una brisa inexistente que no le plantaría cara cuando decidiera abrasar la tarde. 
Era un lunes de un verano que para Alfonso y Mariela ya no sería como cualquier otro. Ni lo sería el martes, ni el miércoles, ni ningún otro día de aquellas vacaciones en las que se convertirían en inseparables, aprendiendo uno del otro, contándose cosas de la ciudad y cosas del pueblo, apoyándose mutuamente para soportar las burlas de los demás niños. Todo un bucle de complicidades infantiles que parecía no tener fin, hasta "las Fiestas de la siega".

A¿Pero dónde estará? Si están todas... ah mírala jaja dando la nota. ¡Eh! ¡Para, para de bailar! Tengo que contarte, ha pasado algo.

M¡¿Qué?! ¡No puedo oírte!

A¡Que tengo algo que! ¡Dame la mano, vamos fuera de la plaza! Menos mal, es imposible con esa música.

M: Pero qué dices, si es ¡Bowie! Let's dance para para parapap. Baila conmigo y quítate ya el sombrero de paja, que es la última noche.

A: Pues eso tenía que contarte, que sí que es la última noche. Nos vamos.

M: Pero si todavía quedan dos semanas para el colegio.

A: Lo sé, pero algo ha pasado en casa y mi madre ha empezado a hacer las maletas. Me he escapado para buscarte, nos marchamos ya. He escuchado a mi padre decir algo de que tiene que estar mañana temprano en el trabajo.

M: Jopé, me voy a aburrir mucho hasta septiembre. Te voy a echar de menos.

A: Y yo a ti, pero no estés triste. Seguro que no te aburres, tú siempre estás con tus libros, tus preguntas raras. Yo sí que me voy a aburrir fuera del pueblo. Supongo que ya no nos veremos hasta el verano que viene.

M: Dame tu dirección.

A: Pero si ya sabes dónde viven mis abuelos.

M: La de la ciudad tooonto. Así te podré escribir y tú a mí, si... quieres, claro. Prometo contarte cosas de las plantas y los pájaros y los insectos.

A: Pero no tengo para escribir.

M: Yo sí, toma.

A¿Y papel?

M: Mmmm... Trae, tu sombrero de la siega, escríbelo ahí. Te lo cuidareee tranquilo. Te lo devolveré para la próxima siega.

A: Buenos, pues... me voy.

M: A... adiós.

A: Hasta la próxima siega.

M: Sí, hasta la próxima siega.

sábado, 22 de febrero de 2025

Identidad vendida


        Mi nombre es Lucio Morfeil, un apellido original donde vivo por la procedencia francesa de mis ancestros, como ocurre con algunos de mis paisanos.
Los achaques propios de mi edad ya me van hablando de tú y aquí, a la luz de una vela mortecina, en el altillo de la torre vigía de la casa de aquellos franchutes de los que vengo, he decidido que ya es hora de... pintar mi último cuadro.
Sí, soy pintor y según me dijo todo el mundo desde que era un niño, soy uno de los buenos. No es que no lo admita por falsa modestia, es que jamás pude contemplar nada de lo que creé, porque soy ciego, por increíble que parezca.
No del todo, por eso la vela, de la que solo percibo una luz engullida por la niebla que me inutiliza los ojos. Pero no voy de pobrecito, no me quejo. Cuando me quedé huérfano a los ocho años no acabé ni en la casa cuna ni de pedigüeño por las esquinas. Mi tío me acogió aquí, me dio una educación y descubrió mi talento innato ya fuera con un pincel, con un lápiz, sobre papel, sobre lienzo. Cualquier cosa me servía para mostrar lo que miraba sin ver. Nunca me importó mi negrura porque con mis manos yo te inventaba.
El brillo del escudo familiar se fue apagando como mi vela con el paso de las generaciones. A mí me tocará cerrar el capítulo de los Morfeil, puesto que ni mi amor ni mi pasión fueron nunca devotos de alma humana alguna. Probé los placeres de la carne, en muchas ocasiones valiéndome de la admiración por el artista, pero nada más.
        Por eso, para devolver a mi gente lo que me dio, junto a esta carta encontrarán mi última voluntad pintada sobre lienzo.
    Las manos de la señora Rosario tejiendo sus redes a la sombra de una barca, con sus arrugas contando años como los anillos de un árbol. Mientras, yo sentado en la arena muy cerca de ella con mi uniforme nuevo, casi llegué tarde a mi primer día de clase.
    El gigante protector, aquél drago enorme en el parque cuidando del sol a los niños vestidos de domingo.
    El recreo de las locas sin rumbo ni destino cuando ya no quedaban migajas en la plaza y la señora Hortensia me recompensaba con un chocolate del ultramarino por preferir ayudarla con sus quehaceres.
    La nevada de colores fabricando la alegría para un año entero, que fue lo que duró el recuerdo de la primera caricia intencionada de mi adolescencia principiante.
    Los deseos liberados en su celda de la calle del Silencio, aquella noche de primera borrachera acompañado de truhanes graduados en las Luces y en las sombras.
    Centinelas marineras de ronda entre los castillos, diligentes e impertérritas al temblor de mi cuerda floja cuando de la noche a la mañana me convertí en el señor de la casa, tras la muerte de mi tío.
    La primavera asomada en los balcones, guardianes de secretos que marchitan dentro de nuestras alcobas, aunque para la modelo y para mí supusiera una tarde en el Edén al que nunca viajó con su marido.
    El club de los insomnes hijos de La Boheme a la caza de las musas que les revolotean, que atraíamos al olor del humo y el vino arrabalero para parir sin dolor el arte gestado dentro.
    Los duques de la coba jugándose la nada por el todo con los más listos de la Corte pero extranjeros en sus calles, mientras yo en la audiencia esperaba el final repetido de la comedia.
    La siesta de los granujas, con el sol tostando la piedra ostionera de las murallas, gatos callejeros que no pierden un ápice de señorío.
    La bella escondida para el resto del Orbe tras el patio de un convento y El ajedrez de azoteas donde la ropa baila al compás de los cuatro vientos, con los que aprendí a detenerme a tiempo antes de precipitarme en la misma fosa donde las noches despeñaron a tantos otros.
    El camino de plata de las noches de verano cuando Catalina la blanca se ancla en nuestras aguas y que me guiaba como una lazarilla hasta el cofre de mi tesoro repleto de colores, anclándome a mi fantasía.
    El bosque flotante en su otoño creciente de este barco a la deriva en quien me fui convirtiendo en paralelo a la ciudad, acomodándome a las nuevas aguas inevitables de la edad.
    Poseidón dando muerte a Apolo cada tarde como ofrenda para los devotos de Afrodita y Los espejos del alma nacarados por nubes y espuma, que me encerraron en todos los aspectos posibles en mi obsesión por conseguir la perfección que contemplaba cada día a mi manera.
    La chusma en su misa de la esquina esperando mesías de mecha corta, cuando la alegría le pudo a la perfección y aún con canas y torpezas invasoras los paisanos me hicieron revivir otros tiempos.
    
    Y así me hallé en equilibrio para encarar el fin de mis días con Las mil lanzas puestas a pescar garabateando en el aire la plegaria del pobrecito; con Damas embriagadoras por la alameda de los flirteos adolescentes y El levante titiritero de unos papeles jugando a la rueda rueda en una esquina cualquiera, sacándome una sonrisa recordando la infancia tan lejana y viva.
        Así, por la presente concluyendo, que devuelvo a mi pueblo la vida que me ha dado, con trazos de recuerdos y pinceladas de mis sueños, amalgamando así el paraíso de este ciego al que tomaron por genio, cuando lo único que hizo fue soñar con sus cuatro sentidos. Todo lo dejo a mi pueblo, todo lo que encuentren en esta torre cuando hayen mi cadáver, para que nunca olvide su identidad.

- Lucio Morfeil, vividor, soña... bla bla bla.

- Carlos, creo que deberíamos de hablar con la concejala, esto que hemos encontrado es muy gordo para la ciudad.

¿Con la de Cultura? Ni se te ocurra Carmen, ni se te ocurra.

- Pero Carlos...

- He dicho que no, nos jugamos el cuello con este proyecto. Por fin conseguimos quitarnos de encima al último inquilino y los de arriba volcaron todo en conseguir las licencias antes de que pudieran cambiar las leyes. Y cuando digo todo, es todo Carmen. Para junio quieren ya la apertura y colocarnos en el top de los principales buscadores de Asia y norte de Europa.

¿Y qué hacemos con el documento? Es de un valor incalculable Carlos y puede ser un escándalo si se descubre.

- Carmen no me jodas eh, no me vengas con escrúpulos ahora cuando hiciste de todo para echar a las seis familias y a los tres viejos que vivían aquí eh. Esta carta la guardaré en mi caja fuerte en el chalet de la sierra y aquí no ha pasado nada. Los obreros que sigan con lo que estaban y cuando en unos meses el alcalde nos haga la ola se la entregamos y que se inventen la noticia del hallazgo como quieran. 
¡Qué identidad ni identidad!, por favor.

martes, 4 de febrero de 2025

La nana gris. 3 de Febrero 2016


        Niño que vienes al mundo, bienvenido, tuyo es. Qué penita de mi niño, qué culpita has de tener. Mi niño recién nacido, ten a mano esta canción aunque para tu suerte te queden años para comprenderla, años en los que crearás un mundo que ojalá no olvides, mundo que indiscutiblemente será mejor que este nuestro, fuera de tus fronteras, fuera de la caverna, mundo de febrero en el que naciste y al que me devolviste. 
Tú, el ser humano más fuerte del mundo, ese al que hoy regreso de nuevo, para enfrentarme a mis dragones, a matar o morir, matar para seguir viviendo, morir para vivir otra vida. A este cuento de terror ya llegarás algún día, por eso te mezco estas palabras, una nana a mi manera, una nana de febrero, que a la cara siempre te diré como yo veo que son las cosas y si quieren otros que te las cuenten color de rosa. Este mundo de terror hoy me aleja del tuyo, ese en el que inventas colores con tu alma sin imposibles sobre el lienzo caliente del sur, así no hay utopía que resista tu creación. Gracias por pintar garabatos con tus suspiros en este mi mundo que nos aleja hoy y perdón por traerte sólo una nana de mi mundo gris, que ojalá te ayude a esquivar la profecía del mundo que devora otros mundos, ojalá puedas contarme qué se siente.         Por eso aprende de mi nana que tu sangre es roja de obrero y no azul de reyes, así que cuidado con la altura de tus sueños, que el fracaso es lo primero que desteñirá tu mundo. Por suerte viniste a nacer a la orilla de la risa, orilla de amarillo, chillón por la risa, donde las expectativas se salvan al grito de un "buenos días princesa". Aprende a nadar lejos de esta orilla para que vuelvas a ella con colores y risas de otros mundos. Aprende que cualquier forma de arte es un brote de color verde de los mundos que fueron creados, luego devorados. Del amor solo te diré que me escuches y aprendas a hacer todo lo contrario, que no te creas eso de que hombre cobarde no conquista mujer bonita, que ella también tendrá algo que decir y de valientes está el cementerio lleno. 
Aprende a vivir mi niño, saca tu corazón a la intemperie, que le llueva, que le truene, y si lo rompen las heridas se remiendan, que más vale un corazón maltrecho, escarmentado y descosido a un corazón intacto, triste, solo, desganado y escondido. Un corazón que haya perdido los colores de un mundo como el que tú ya andas creando, al que he venido a asomarme unos días para blanquear mis morados dolientes y mis negros opacos y así mecerte a mi manera esta nana de febrero, por un mundo en el que vencer el gris de mis dragones con el arco iris de tus camaleones.

jueves, 16 de enero de 2025

El cementerio de los valientes. Octubre 2016

 

        Paseando con mis cavilaciones me sorprendí ante la verja de un cementerio, un mar de lápidas que se extendía hasta donde alcanza la vista, con colinas y llanos constantes pintados de otoño por un sol que no pudo escoger lugar más apropiado para venir a morir. Mientras buscaba la entrada entre los barrotes negros vi al señor sepulturero saliendo de su garita con un par de palas, al parecer tenía trabajo. Era un hombre espigado, esquelético pero de porte noble, vestía un traje que seguro algún día fue elegante, con sombrero de copa que se balanceaba danzarín sobre su cabeza sin perder el equilibrio. A la luz de la luna que ya salió a escena daba la impresión de ser una persona afable pero al mismo tiempo cualquiera vislumbraría en su rostro esa clase de terror que te cala los huesos y te enfría las entrañas. Le pedí por favor que me abriera la cancela y me preguntó que para qué, si todavía estaba vivo. Ciertamente era difícil rebatir tal argumento.

        "Quizás no por mucho tiempo", acerté a responder y entonces me lanzó una mirada de compasión como si no fuera la primera.
Sin ninguna cortesía de presentaciones sus dedos largos como una sombra salieron al encuentro de la reja y prestos echamos a andar dibujando trenzas entre lápidas mientras yo buscaba la forma de romper el hielo y el gruñía de impaciencia ante mi silencio.
"Otro más" mascullaba por lo bajo, hasta que, por suerte, conseguí articular palabra. Eché la vista atrás y parecía que habíamos recorrido kilómetros, por eso le pregunté cómo era posible que fuera tan grande ese cementerio. Con una voz algo más humana pero sin dirigirme la mirada, me dijo que observara los detalles de las lápidas y me daría cuenta de que las había recientes y antiguas y de todas partes del mundo. 
Algo tan inusual respondido de una forma tan corriente, como si no precisara más explicación. Pero como adivinando mi siguiente pregunta, antes de abrir la boca añadió:
"El cementerio existe desde el principio de los tiempos y allí en aquella colina bajo aquel sauce llorón está la tumba del primer hombre".
"¿Cómo sabe que es la del primer hombre?" a lo que empequeñeciéndome con sus ojos claros me dió la razón investigando en mi mirada y rectificó diciendo que al menos era la del primer hombre del cementerio.
"Además, lo se porque yo lo enterré", añadió.
        Aquello me detuvo en seco pero él sin inmutarse me preguntó si ahí me parecía bien.
"¿Si me parece bien qué, señor?"
"Tengo que cavar una nueva tumba, se espera un nuevo huésped para dentro de poco, ¿aquí te gusta chico?"

            Mientras aún seguía buscando explicación a lo que acababa de oír, se me debió poner cara de tonto y volvió a repetir "Otro más", aumentando mi desconcierto. Sin perder más su tiempo y como dando por zanjada la conversación empezó a cavar, ignorando mi presencia sin decir nada, quizás con la esperanza de que me marchara. Pero aquel sitio me tenía fascinado y retomé mi retahíla de preguntas.

"Eso es imposible señor, tendría usted que tener cientos de miles de años para ser quien enterró al primer hombre".

        De nuevo volvió a mascullar entre dientes esa coletilla ya molesta de "otro más" y secándose el sudor con un pañuelo me tendió una pala y me ofreció un trato, recuperando para sí la fe en la primera impresión que me causó.

"Mira chaval, si no quieres creer lo que te diga no lo hagas pero ya que vas a estar molestando con tus preguntas, ayúdame a cavar". No, no recuperó nada. Me pareció justo y de todas formas parecía la única manera de saciar mi curiosidad creciente.
"Este sitio es bastante triste".
"¿Y qué quieres? Es un cementerio", volvió a replicar con su tono áspero.
"Sí pero no se, no hay flores, ahora me doy cuenta de que ninguna tumba tiene flores. ¿Es que nadie viene a visitarlas?".
"No, nunca ha habido flores en ninguna de estas tumbas y nunca nadie ha venido a visitar a los difuntos".
"¿¿Nunca?? ¿¿Nadie??".
"Noooo, nuncaaa, nadieee. Todos estas almas murieron por si solas y por su propia mano, nada se pudo hacer por ellas y si alguien capaz hubo en cierto modo fue la misma causa de sus muertes".
"¿Y cuáles son esas causas? Aunque usted habrá visto de todo si dice que enterró al primer hombre".

        Aunque con un desdén nada disimulado, pasó por alto mi comentario y respondió "No te creas, causa solo una, la misma en todos, formas... variadas".

"Es usted bastante enigmático ¿sabe? ¿Puede ser un poco más claro, por favor?".
"Te daré claridad entonces, a ver si así ya te enteras de donde estás. La única causa de muerte de todas las almas que puedes ver y las que no fue la valentía, o la insensatez según quien juzgue. Mira a tu alrededor y observa las lápidas, cada detalle, algunas son iguales entre sí y otras diferentes por completo ¿verdad? La forma de morir es la razón. Date la vuelta, esa mismo que tienes detrás, negra como el carbón, pasa la mano.¿Qué notas al tacto?".

        Me ensimismé mirando mis dedos abriendo puertas en aquel laberinto que el sepulturero estaba provocando en mi cabeza hasta responder sin inmutarme "cenizas".

"Eso es, te cambió el semblante chico, veo que empiezas a entender aunque tu aún no entiendas nada o quizás no te atrevas a entender".
        Lo que yo no entendía era su sonrisa victoriosa.
"Sí, son cenizas, cenizas de carbón. Esa pobre alma murió quemada".
"¿Quemada?¿Cómo?".
"Se quemó por jugar con fuego, como un aprendiz de Ícaro de tres al cuarto que se creyera merecedor de su sueño".
"Pero...¿y eso qué tiene que ver para que su lápida esté hecha de... carbón?".
"¿Por qué sigues buscándole una respuesta vanal y mundana a este lugar? Esto no es un cementerio al uso, no es el cementerio de los recordados. Ese alma, todas estas almas y las que están por venir, viven su muerte de una forma tan puramente dolorosa, trágica, triste, desgarradora, como lo quieras llamar, pero ni la tierra lo resiste y en su expiración brotan estas lápidas que ves, lo último que le dejan a la vida".
"¿Y para que dejan nada si nadie les guardó luto?".
"Mmm por fin una buena pregunta. Es algo superior a ellos, tal es la fuerza de su muerte. Nada de esto es racional ¿verdad?".
"Verdad, todo esto es una locura, no se si me gusta..."
"...No sabes si te gusta pero no puedes parar, ansías saber más".
"Sí", respondí con la sinceridad en caída libre.
"Hablando de locuras, tres lápidas a tu izquierda tienes otra de las formas comunes de muerte, la locura".

        Me acerqué como quien se detiene a admirar una obra de arte en un museo y solo puede admirar su falta de entendimiento.

"Dime, ¿qué ves?".
"No lo se, veo como... unas fauces por arriba, por abajo, pero es demasiado... no se, demasiado...".
"Tranquilo, yo te lo diré, es demasiado de todo, es como todo un mundo con todos sus siglos, su infierno, su cielo, su bien, su mal, su ying, su yang, exactamente como el mundo que crece en la cabeza de una persona hasta no soportarlo más y convertirlo en... loco, ¿verdad?".
"Sí, supongo que esa podría ser una buena forma de definirla, pero la locura tiene cura".
"En el mundo en el que vives, pero aquí la locura mata. No son locos de la cabeza estos que ves aquí".
"Tengo la sensación de que si sigo el hilo de cada respuesta que me da con una nueva pregunta esto no tendrá fin jeje".
"Yo, como ves, tengo toda la eternidad ¿y tú?".

        ¿Yo? Yo aún seguía llevando mis ojos de aquella lápida a mis dedos ennegrecidos una y otra vez como si en el camino mi mirada tropezara con la respuesta. Me di la vuelta y pala en mano me dirigí de nuevo al agujero que ya empezaba a tomar forma de morada eterna.

"Ahora si se te comió la lengua el gato parece. Me pediste que fuera claro y lo he sido. No hace falta que sigas cavando, recuerda nuestro trato. Si no quieres saber más eres libre de marcharte, éste no es sitio para vivos. Quién sabe, quizás nos volvamos a encontrar".
"No, no por favor, quiero saber más, quiero comprender".

"Está bien", mi tono de súplica pareció caerle más en gracia que mis cuestionamientos ya casi evaporados. "Acércate a esa otra lápida, esa hecha de arena, entierra tu mano en ella, no temas. Hazlo y dime qué sientes".
"Siento... no siento nada, es como si estuviera hueca, como si no tocara más que el vacío, el aire, la nada.¿Cómo murió este hombre?".
"Murió desengañado y en un último réquiem poético hizo lo que ves".
"¿Cuál es el significado entonces de la arena y esa... nada?".
"Lee su epitafio: Por acercarme a sus orillas caí en el abismo de mi desengaño".
"Ajam, muy bien, sigo sin enterarme".
"Otro más" volvió a quejarse pero esta vez de una forma paternal. "Este alma tenía su paz en la orilla de su playa contemplando el océano que le tentaba enfrente, hasta que un día cayó en la tentación, dio un paso de más en la orilla y no encontró el mar que deseaba, sino un abismo, un vacío, una nada, un desengaño".
"Todas son unas historias muy tristes, pero sí, ya se su respuesta, es un cementerio, ¿qué puedo esperar si no?. Déjeme probar a mi, a ver si consigo adivinar el sentido de alguna tumba. Esa, por ejemplo. Está hecha de fichas de... ¿póker y... cartas? Mmmm ¿es qué murió por perder una fortuna?".
"Bravo chico, bravo".

        Gracias al cielo por fin lograba contentarlo de alguna forma, pensé.

"Pero no es una historia tan simple como la que estás pensando. Ese alma apostó todo lo que tenía, efectivamente, pero todo lo que tenía dentro, que es una fortuna infinitamente más valiosa a lo que cualquiera pudiera tener fuera".
"¿Por qué todas las cartas son del dos de corazones? Pensaba que el as era más especial".
"Lo apostó todo a doble o nada, a dos corazones o ninguno y ya sabes el resultado".
"¿Y qué hubiera pasado de haber ganado?".
"Lo primero que no estaría descansando aquí, lo segundo, que su fortuna desbordante hubiera reventado su corazón hasta el punto de salirle por sus manos, sus ojos, su boca, por cada poro de su ser. ¿Por qué jugársela si ya tenía toda una fortuna?¿No te preguntas eso?".
"Sí, pero supongo que el hombre es infeliz por naturaleza".
"Te equivocas, el hombre es rico por naturaleza e infeliz por no darse cuenta".
"¿Y feliz?¿cuándo es feliz el hombre?".
"Cuando gana sus apuestas. Jaja, ya ves, además de sepulturero, filósofo", bromeó en vano para ocultar la sinceridad de su respuesta.
"Ha tenido toda la eternidad para pensar supongo".
"Y tu aún tienes preguntas que hacerme, sospecho. Agarra la pala de nuevo, cavemos un poco más... hondo".
"¿Más? En este agujero ya hay espacio suficiente para un cuerpo".
"Aquí no se entierran cuerpos, se entierran almas con toda la vida y toda la muerte que encierran. No me cuestiones cuando te digo que hay que seguir cavando".

        Con solo una frase perdí toda la ventaja que parecía haber ganado con mi anfitrión.

"Pensaba que las almas morían con el cuerpo".
"A veces sí, a veces un cuerpo no soporta la muerte de su alma y se va con él. Otras veces es capaz de parir un alma nueva aunque con semillas de la anterior. Son las almas de gato como me gusta llamarlas, si me permites la licencia".
"Estoy seguro de que también tiene su particular razón para llamarlas así".
"Se dice que los gatos tienen hasta siete vidas, quizás se niegan a morir, quizás aún esperan algo más de la vida. De la misma manera hay cuerpos que soportan un alma tras otra, con cada una de sus muertes devorando hasta el último trozo de esperanza que les quede".
"Usted dijo que aquí la única causa de muerte es la valentía y la valentía es una forma de esperanza ¿no es así?".
"Así es".
"Entonces, ¿eso quiere decir que... cuando esos gatos pierden la esperanza se convierten en cobardes?".
"Es el miedo lo que les convirtió en cobardes aunque tantas vidas perdieron que no se les puede negar que tengan buenos motivos para serlo ¿no?".
"Las semillas de miedo".
"¿Cómo dices?".
"Antes dijo que un alma nueva nace de semillas de la anterior y cada vez con menos esperanza, como si el aumento del miedo fuera directamente proporcional a la pérdida de esperanza y las semillas que se conservan son como el recuerdo doloroso de la anterior muerte...".
"Y un recuerdo doloroso provoca miedo y el miedo te hace cobarde".
"Pero un cobarde al menos sobrevive".
"Y un valiente muere, ¿eso quieres decir? Como todos estos. Suelta la pala".
Oh oh. "¿Ya hay suficiente espacio?".
"Ya no hará falta".
"¿Qué quiere decir?".
"Que estabas cavando tu propia tumba mentecato pero los cobardes sobreviven, como bien dices, y aquí los valientes mueren, ya te dije que éste no es lugar para vivos. Otro más".
"Pero...".
"Pero nada, no estás preparado, así que largo".
"¿Preparado para qué?¿Para morir?".
"¡Para ser valiente! Para volar como Icaro..."
"...O para estrellarme contra el suelo".
"Para crear tu propio mundo".
"O ser devorado por él".
"Para bañarte en el mar...".
"O caer por un abismo".
"¡Para doblar tu fortuna!"
"¡O para doblar mi miseria!".
"¡Para ser recordado con flores!"
"¡O para cavar mi propia tumba!".

"¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!"

        Por unos segundos hasta la tierra rota de aquel lugar no pudo tragar entre sus grietas aquel grito al unísono de dos enemigos condenados a entenderse. Los dos acabamos frente a frente, respirando el aliento del otro, uno dulce, el otro amargo, armados por igual, con una pala de sepulturero y un jadeo postbatalla bajo una lluvia que apagó nuestra violencia.

"¿No dejarás de ser un gato verdad?" Me disparó a la sien en un susurro.
"Quizás en mi próxima alma".
"En tu próximo miedo".
"Jamás se da por vencido ¿verdad?".
"¿Qué clase de ejemplo sería entonces para mis valientes? Tu tampoco te das por muerto".
"Quizás cuando encuentre una muerte que valga más que mi vida".

        Me sonrió y me tendió la mano como un gesto de deportividad para acabar como empezó, sin más.

"Devuélveme la pala y suerte con tu próxima alma. Vete por donde viniste".
"No se por dónde vine".
"Solo aléjate de mí y ya encontrarás la salida".
"Aún no se su nombre".
"Sí, sí que lo sabes".

        Me di media vuelta y con la cabeza gacha comprendí que me fuí por donde vine, pero sin lo que vine, del cementerio de los valientes.

jueves, 24 de octubre de 2024

La eternidad por delante

        Aprovechando la collá de esta maravilla (Hermanas) que escribió la buena de Claudia de claudianotienetitulo aquí vuelvo con una historia para que nadie se olvide que todos llevamos un viejo dentro y que todo viejo conserva todas sus edades dentro.


La eternidad por delante


        Dos de Octubre de 2047. Exactamente la misma fecha en la que emigró a Inglaterra hace más de treinta años, don Miguel regresa a su tierra y su gente, como a él siempre le gustó decir. Más de media fuera y ahora vuelve a su trocito de paraíso para descansar definitivamente. No ha querido perder ni un momento. Todo lo había planificado desde que supo la fecha exacta de su jubilación. El último mes ha sido de locos, empaquetando, enviando, trabajando, organizando despedidas. Siempre fue una persona sana y aunque a sus 65 años hay gente más cascada que él, a don Miguel no le ha pesado nada invertir tanta energía para llegar a tiempo a esa fecha límite del dos de octubre.
Pero don Miguel, ahora que ya se queda consigo mismo en el avión y el tren, trae a flote de nuevo el miedo que provoca la incertidumbre. Vuelve a su tierra, sí, pero con tantos años de diferencia con aquella tierra que le crió, que le da miedo no sentirse identificado. Vuelve a su gente, sí, pero realmente tan solo le quedan sus dos sobrinos. Sus hermanos y su madre fallecieron hace un tiempo, sus amistades fuertemente forjadas en Inglaterra andan desperdigadas por aquí y por allá. Le ilusiona, eso sí, los ratos eternos que piensa pasar delante de la ventana de la casita que se compró delante del mar, disfrutando de la radio, la música, la lectura y la escritura. Aficiones todas que no requieren una compañía humana que se acostumbró a no esperar.
        El primer mes se lo ha tomado con calma, para reconectar cada día dando sus paseos, tomándose un cafelito en distintas terrazas. Pero ya en noviembre se siente preparado para intentar socializar.
Como el alumno nuevo que sabe que recibirá las miradas de todo tipo cuando ponga un pie en el aula, así llega don Miguel al hogar del pensionista, que a pesar de los avances del siglo sigue conservando la sencillez de antaño. Hay cosas que nunca cambian por más que el mundo lo haya hecho y en menos de un cuarto de hora ya tiene a tres viejos (porque él no se ve así por supuesto) dándole conversación en la barra.
Él, que iba solo un rato, como el que se acerca a la orilla para comprobar la temperatura del agua, y estos viejos lo han metido hasta el cuello. Todo el mundo sabe ya su nombre y hasta ya le han puesto mote, "el inglesito", cuando por fin consigue que lo dejen marcharse a casa tres horas después. Sabe que sigue solo, que la otra mitad de su cama amanecerá intacta y fría como toda la vida, pero está contento con sus viejos y sus viejas, porque ya son suyos.
        Llega diciembre y con los preparativos de la Navidad un regalo de Reyes adelantado le congela cada músculo. Inma, una de las del grupo de nuevos amigos del centro, ha aparecido con alguien nuevo. Se trata de Rocío, una vecina de Inma a la que ha logrado convencer después de dos años para que salga de casa. Tiene la misma edad que Miguel, pero una vida diferente que le fue minando y ensombreciendo la personalidad. Inma la presenta a la gente, Miguel consigue despertar de su estado catatónico gracias a la ternura que le provoca ver a doña Rocío en su primer día. Se saludan brevemente, él porque está sobrepasado y necesita salir ya de allí, ella porque se ve arrastrada por Inma, que no quiere perder ni un segundo en hacer que su amiga se reconcilie con la vida.
        Doña Rocío vuelve días después, aún bajo el ala de su amiga pero más relajada y reconociéndose a sí misma que está encontrando su lugar, un lugar que creyó perdido cuando el cuerpo le dijo basta y se vio obligada a jubilarse antes de lo que necesitaba. Con su nieta y su hija alrededor todo cambia, pero los días se vuelven siglos cuando se queda sola.
El inglesito, sin embargo, lleva días sin aparecer y todos están preocupados. Ciertamente lo conocen desde hace muy poco y aunque es de los más jóvenes y sanos del centro, a todos les asusta recibir de nuevo la misma mala noticia que siempre pulula por el lugar. Miguel lleva días paseando por la orilla de la playa ensimismado en sus pensamientos y recuerdos. Rocío fue su primer amor, el de adolescencia, aunque ella nunca lo supo. Y no es que el repentino encuentro le haya devuelto a aquellos años, hace mucho que dejó de esperar nada del amor, pero no puede ocultarse que algo se le revolvió por dentro. Decide que se tiene que dejar de pamplinas con la edad que tiene y se presenta en el centro para la reunión sobre la fiesta de navidad que hacen todos los años. A los que faltan y ya no volverán los relevan los nuevos como él y como doña Rocío, que ya ha salido del pozo gracias a esa panda de viejos.
        En los días venideros se cruzan miradas, se saludan, se preguntan y responden para conocerse hasta que pronto doña Rocío descubre que ya se conocieron una vez. Don Miguel consigue mostrar al hombre que ha sido siempre y no al chaval tímido y vergonzoso que era ante cualquier presencia femenina. A doña Rocío le sorprende ese contraste con el recuerdo vago que conservaba de él, pero le gusta. Cada vez conversan más, fuera y dentro del centro, comparten gustos, aficiones, intereses. Sin nada más de por medio, por increíble que le parezca tras sus malas experiencias, pero don Miguel es transparente y de mirada limpia. 
Sus vidas que tempranamente convergieron en las aulas, luego tomaron rumbos muy diferentes. Miguel se licenció, Rocío dejó la universidad cuando se quedó embarazada por accidente. Miguel emigró, viajó, exploró. Rocío cortó con todo por seguir ciegamente al padre de su hija hasta Canarias. Cuando la venda cayó regresó para sacarla adelante por sí sola con la ayuda de su madre y relegó para siempre el lugar prioritario en su propia vida.
        Ahora, en el invierno de sus vidas, vuelven a converger en tiempo, lugar y circunstancias. 
En el enero de su reencuentro una primavera adelantada ya germina en sus miradas. 
        En el carnaval de la calle, a resguardo del fuego cruzado de coplas y aplausos, se quitan la máscara de prejuicios y habladurías y en una casapuerta cualquiera devoran de los labios del otro el amor que les quedó pendiente y que huyó de ellos durante tanto tiempo que marcó sus vidas.
Cuando sacian sus ansias Miguel rompe a reír de tal manera que Rocío no sabe cómo tomárselo. Miguel termina de cantar mentalmente una vieja copla abrazándola y besando su melena de azabache apagado, antes de responder que simplemente ya se puede morir tranquilo. Ella le dice acariciando con el pulgar la barba canosa, que ni se le ocurra, no ahora que a sus sesenta y cinco años tienen toda la eternidad por delante.
Salen de nuevo a la calle ya vacía con la ternura fundida en sus manos. El viejo Miguel le canturrea aquella cuarteta a la vieja Rocío mientras caminan de vuelta al mundo. Unas risas adolescentes estallan al doblar la esquina.

El solo estaba de paso
en el mercado clandestino,
riéndose con su cigarro
y con su vasito de vino.
Aplausos para el romancero.
La calle despide a la gente.
Ella se cruzó en su sendero.
Ocurrió no más, simplemente.
Ella brilló y dijo bueno,
él dijo vente.
Y en un portal se entregaron,
desnudaron sus labios,
los dos se devoraron,
aún les llegaba el eco
del jaleo burlesco
y su jajarear.
Salieron del escondrijo
como gato sin cola,
como padre sin hijo.
Se echaron a la vida,
en cada mano cosida
la piel de otro animal.
Él tiene sesenta años,
ella ahí, ahí andará.
Él tiene sesenta años,
ella ahí, ahí andará.

viernes, 11 de octubre de 2024

Conversaciones con Peter Pan. Septiembre 2016

Con cuatro años de diferencia entre uno y otro las mismas circunstancias en mi vida me llevaron al mismo personaje para soltar lo que necesitaba soltar de la manera que necesitaba soltarlo.
Spoiler: Peter no ha vuelto más.


Conversaciones con Peter Pan


        No te sorprendas Peter, hace ya varias lunas que te vi aparecer en el horizonte con tu caminar seguro, por eso la mesa lista para dos, porque ya te esperaba. Siento aguarte la fiesta, se que no estás acostumbrado, que eres tú el depredador y no la presa, eres tú el que ataca de forma infalible y no la víctima, sé que no me creíste capaz de cumplir mi palabra cuando me derrotaste hace años. Sentémonos y te explicaré. 
Simplemente aprendí de ti el arte de esta guerra, claro que con ayuda de Wendy, sabes bien que no hay rival como ella que esté a tu altura. Sé que estás pensando ahora cuál fue el error que cometiste pero no te preocupes, que yo te lo resuelvo. Te lo dije entonces, tú nunca mueres, sea como sea tú siempre te cobras algo, si ganas porque ganas y si pierdes porque cabeza y corazón quedan destrozados. Si lo piensas de ese modo, no hay error en tu estrategia, pero si soy yo quien desgrana para ti dicha estrategia, ahí tienes el error. Tu error fue derrotarme tantas veces, porque cada vez que lo hacías me mandabas a las faldas de Wendy y con ella, como te decía, aprendí el arte de tu guerra. 
Has de reconocer que me he convertido en un digno superviviente de tu mundo que es el mío, a pesar de tanto tiempo que ha pasado supe verte allá a lo lejos desde hace muchas lunas, mientras que antes solo me daba cuenta cuando ya me habías devorado. Desde aquella última vez jamás bajé la guardia, siempre estuve en alerta y volviste a rondarme. Así como un castigo pierde su razón de ser cuando el castigado no lo toma como tal, así tus armas dejaron de herirme cuando Wendy me enseñó a utilizarlas. Tú esperas, te escondes y te disfrazas. Yo aprendí a ser más paciente que tú, a localizar tus escondites, aprendí a conocerme a mí y mis puntos débiles, para reconocer tu disfraz. Ya sabes que tú ganas de igual manera, pero claro, no es a la manera que tú disfrutas, en mi derrota está tu victoria pero para eso necesitas un derrotado, un juguete roto. Pero de tanto romperme ya no sirvo para jugar. Solo hay una manera, ya te lo dije, solo hay una manera de volver a Nunca Jamás y es para no regresar... nunca jamás. 
Acábate las perdices, que a mi se me indigestan y cuando te vayas deja la puerta abierta, por si quisieras volver.