Paseando con mis cavilaciones me sorprendí ante la verja de
un cementerio, un mar de lápidas que se extendía hasta donde alcanza la vista,
con colinas y llanos constantes pintados de otoño por un sol que no pudo
escoger lugar más apropiado para venir a morir. Mientras buscaba la entrada
entre los barrotes negros vi al señor sepulturero saliendo de su garita con un
par de palas, al parecer tenía trabajo. Era un hombre espigado, esquelético
pero de porte noble, vestía un traje que seguro algún día fue elegante, con
sombrero de copa que se balanceaba danzarín sobre su cabeza sin perder el
equilibrio. A la luz de la luna que ya salió a escena daba la impresión de ser
una persona afable pero al mismo tiempo cualquiera vislumbraría en su rostro
esa clase de terror que te cala los huesos y te enfría las entrañas. Le pedí
por favor que me abriera la cancela y me preguntó que para qué, si todavía
estaba vivo. Ciertamente era difícil rebatir tal argumento.
"Quizás no por mucho tiempo", acerté a responder y
entonces me lanzó una mirada de compasión como si no fuera la primera.
Sin ninguna cortesía de presentaciones sus dedos largos como
una sombra salieron al encuentro de la reja y prestos echamos a andar dibujando
trenzas entre lápidas mientras yo buscaba la forma de romper el hielo y el
gruñía de impaciencia ante mi silencio.
"Otro más" mascullaba por lo bajo, hasta que, por
suerte, conseguí articular palabra. Eché la vista atrás y parecía que habíamos
recorrido kilómetros, por eso le pregunté cómo era posible que fuera tan grande
ese cementerio. Con una voz algo más humana pero sin dirigirme la mirada, me dijo
que observara los detalles de las lápidas y me daría cuenta de que las había
recientes y antiguas y de todas partes del mundo.
Algo tan inusual respondido de una forma tan corriente, como
si no precisara más explicación. Pero como adivinando mi siguiente pregunta, antes de abrir la boca añadió:
"El cementerio existe desde el principio de los tiempos
y allí en aquella colina bajo aquel sauce llorón está la tumba del primer
hombre".
"¿Cómo sabe que es la del primer hombre?" a lo que empequeñeciéndome con sus ojos claros me dió la razón investigando en mi mirada
y rectificó diciendo que al menos era la del primer hombre del cementerio.
"Además, lo se porque yo lo enterré", añadió.
Aquello me
detuvo en seco pero él sin inmutarse me preguntó si ahí me parecía bien.
"¿Si me parece bien qué, señor?"
"Tengo que cavar una nueva tumba, se espera un nuevo
huésped para dentro de poco, ¿aquí te gusta chico?"
Mientras aún
seguía buscando explicación a lo que acababa de oír, se me debió poner cara de
tonto y volvió a repetir "Otro más", aumentando mi desconcierto. Sin
perder más su tiempo y como dando por zanjada la conversación empezó a cavar,
ignorando mi presencia sin decir nada, quizás con la esperanza de que me
marchara. Pero aquel sitio me tenía fascinado y retomé mi retahíla de
preguntas.
"Eso es imposible señor, tendría usted que tener cientos
de miles de años para ser quien enterró al primer hombre".
De nuevo volvió a mascullar entre dientes esa coletilla ya
molesta de "otro más" y secándose el sudor con un pañuelo me tendió
una pala y me ofreció un trato, recuperando para sí la fe en la primera
impresión que me causó.
"Mira chaval, si no quieres creer lo que te diga no lo
hagas pero ya que vas a estar molestando con tus preguntas, ayúdame a
cavar". No, no recuperó nada. Me pareció justo y de todas formas parecía la única manera de saciar mi curiosidad creciente.
"Este sitio es bastante triste".
"¿Y qué quieres? Es un cementerio", volvió a
replicar con su tono áspero.
"Sí pero no se, no hay flores, ahora me doy cuenta de que
ninguna tumba tiene flores. ¿Es que nadie viene a visitarlas?".
"No, nunca ha habido flores en ninguna de estas tumbas y
nunca nadie ha venido a visitar a los difuntos".
"¿¿Nunca?? ¿¿Nadie??".
"Noooo, nuncaaa, nadieee. Todos estas almas murieron por
si solas y por su propia mano, nada se pudo hacer por ellas y si alguien capaz
hubo en cierto modo fue la misma causa de sus muertes".
"¿Y cuáles son esas causas? Aunque usted habrá visto de
todo si dice que enterró al primer hombre".
Aunque con un desdén nada disimulado, pasó por alto mi
comentario y respondió "No te creas, causa solo una, la misma en todos,
formas... variadas".
"Es usted bastante enigmático ¿sabe? ¿Puede ser un poco
más claro, por favor?".
"Te daré claridad entonces, a ver si así ya te enteras
de donde estás. La única causa de muerte de todas las almas que puedes ver y
las que no fue la valentía, o la insensatez según quien juzgue. Mira a tu
alrededor y observa las lápidas, cada detalle, algunas son iguales entre sí y
otras diferentes por completo ¿verdad? La forma de morir es la razón. Date la
vuelta, esa mismo que tienes detrás, negra como el carbón, pasa la mano.¿Qué notas al tacto?".
Me ensimismé mirando mis dedos abriendo puertas en aquel
laberinto que el sepulturero estaba provocando en mi cabeza hasta responder sin
inmutarme "cenizas".
"Eso es, te cambió el semblante chico, veo que empiezas
a entender aunque tu aún no entiendas nada o quizás no te atrevas a
entender".
Lo que yo no entendía era su sonrisa victoriosa.
"Sí, son cenizas, cenizas de carbón. Esa pobre alma
murió quemada".
"¿Quemada?¿Cómo?".
"Se quemó por jugar con fuego, como un aprendiz de Ícaro
de tres al cuarto que se creyera merecedor de su sueño".
"Pero...¿y eso qué tiene que ver para que su lápida esté
hecha de... carbón?".
"¿Por qué sigues buscándole una respuesta vanal y
mundana a este lugar? Esto no es un cementerio al uso, no es el cementerio de
los recordados. Ese alma, todas estas almas y las que están por venir, viven su
muerte de una forma tan puramente dolorosa, trágica, triste, desgarradora, como
lo quieras llamar, pero ni la tierra lo resiste y en su expiración brotan estas
lápidas que ves, lo último que le dejan a la vida".
"¿Y para que dejan nada si nadie les guardó luto?".
"Mmm por fin una buena pregunta. Es algo superior a
ellos, tal es la fuerza de su muerte. Nada de esto es racional ¿verdad?".
"Verdad, todo esto es una locura, no se si me
gusta..."
"...No sabes si te gusta pero no puedes parar, ansías
saber más".
"Sí", respondí con la sinceridad en caída libre.
"Hablando de locuras, tres lápidas a tu izquierda tienes
otra de las formas comunes de muerte, la locura".
Me acerqué como quien se detiene a admirar una obra de arte
en un museo y solo puede admirar su falta de entendimiento.
"Dime, ¿qué ves?".
"No lo se, veo como... unas fauces por arriba, por
abajo, pero es demasiado... no se, demasiado...".
"Tranquilo, yo te lo diré, es demasiado de todo, es como
todo un mundo con todos sus siglos, su infierno, su cielo, su bien, su mal, su
ying, su yang, exactamente como el mundo que crece en la cabeza de una persona
hasta no soportarlo más y convertirlo en... loco, ¿verdad?".
"Sí, supongo que esa podría ser una buena forma de
definirla, pero la locura tiene cura".
"En el mundo en el que vives, pero aquí la locura mata.
No son locos de la cabeza estos que ves aquí".
"Tengo la sensación de que si sigo el hilo de cada
respuesta que me da con una nueva pregunta esto no tendrá fin jeje".
"Yo, como ves, tengo toda la eternidad ¿y tú?".
¿Yo? Yo aún seguía llevando mis ojos de aquella lápida a mis
dedos ennegrecidos una y otra vez como si en el camino mi mirada tropezara con
la respuesta. Me di la vuelta y pala en mano me dirigí de nuevo al agujero que ya empezaba a tomar forma de
morada eterna.
"Ahora si se te comió la lengua el gato parece. Me
pediste que fuera claro y lo he sido. No hace falta que sigas cavando, recuerda
nuestro trato. Si no quieres saber más eres libre de marcharte, éste no es
sitio para vivos. Quién sabe, quizás nos volvamos a encontrar".
"No, no por favor, quiero saber más, quiero
comprender".
"Está bien", mi tono de súplica pareció caerle más
en gracia que mis cuestionamientos ya casi evaporados. "Acércate a esa otra lápida, esa hecha de
arena, entierra tu mano en ella, no temas. Hazlo y dime qué sientes".
"Siento... no siento nada, es como si estuviera hueca,
como si no tocara más que el vacío, el aire, la nada.¿Cómo murió este
hombre?".
"Murió desengañado y en un último réquiem poético hizo
lo que ves".
"¿Cuál es el significado entonces de la arena y esa...
nada?".
"Lee su epitafio: Por acercarme a sus orillas caí en el
abismo de mi desengaño".
"Ajam, muy bien, sigo sin enterarme".
"Otro más" volvió a quejarse pero esta vez de una
forma paternal. "Este alma tenía su paz en la orilla de su playa
contemplando el océano que le tentaba enfrente, hasta que un día cayó en la
tentación, dio un paso de más en la orilla y no encontró el mar que deseaba,
sino un abismo, un vacío, una nada, un desengaño".
"Todas son unas historias muy tristes, pero sí, ya se su
respuesta, es un cementerio, ¿qué puedo esperar si no?. Déjeme probar a mi, a
ver si consigo adivinar el sentido de alguna tumba. Esa, por ejemplo. Está
hecha de fichas de... ¿póker y... cartas? Mmmm ¿es qué murió por perder una fortuna?".
"Bravo chico, bravo".
Gracias al cielo por fin lograba contentarlo de alguna forma, pensé.
"Pero no es una historia tan simple como la que estás
pensando. Ese alma apostó todo lo que tenía, efectivamente, pero todo lo que
tenía dentro, que es una fortuna infinitamente más valiosa a lo que cualquiera
pudiera tener fuera".
"¿Por qué todas las cartas son del dos de corazones?
Pensaba que el as era más especial".
"Lo apostó todo a doble o nada, a dos corazones o
ninguno y ya sabes el resultado".
"¿Y qué hubiera pasado de haber ganado?".
"Lo primero que no estaría descansando aquí, lo segundo,
que su fortuna desbordante hubiera reventado su corazón hasta el punto de
salirle por sus manos, sus ojos, su boca, por cada poro de su ser. ¿Por qué jugársela si ya tenía toda una fortuna?¿No te
preguntas eso?".
"Sí, pero supongo que el hombre es infeliz por
naturaleza".
"Te equivocas, el hombre es rico por naturaleza e
infeliz por no darse cuenta".
"¿Y feliz?¿cuándo es feliz el hombre?".
"Cuando gana sus apuestas. Jaja, ya ves, además de
sepulturero, filósofo", bromeó en vano para ocultar la sinceridad de su
respuesta.
"Ha tenido toda la eternidad para pensar supongo".
"Y tu aún tienes preguntas que hacerme, sospecho. Agarra
la pala de nuevo, cavemos un poco más... hondo".
"¿Más? En este agujero ya hay espacio suficiente para un
cuerpo".
"Aquí no se entierran cuerpos, se entierran almas con
toda la vida y toda la muerte que encierran. No me cuestiones cuando te digo
que hay que seguir cavando".
Con solo una frase perdí toda la ventaja que parecía haber
ganado con mi anfitrión.
"Pensaba que las almas morían con el cuerpo".
"A veces sí, a veces un cuerpo no soporta la muerte de
su alma y se va con él. Otras veces es capaz de parir un alma nueva aunque con
semillas de la anterior. Son las almas de gato como me gusta llamarlas, si me
permites la licencia".
"Estoy seguro de que también tiene su particular razón
para llamarlas así".
"Se dice que los gatos tienen hasta siete vidas, quizás
se niegan a morir, quizás aún esperan algo más de la vida. De la misma manera
hay cuerpos que soportan un alma tras otra, con cada una de sus muertes
devorando hasta el último trozo de esperanza que les quede".
"Usted dijo que aquí la única causa de muerte es la
valentía y la valentía es una forma de esperanza ¿no es así?".
"Así es".
"Entonces, ¿eso quiere decir que... cuando esos gatos
pierden la esperanza se convierten en cobardes?".
"Es el miedo lo que les convirtió en cobardes aunque
tantas vidas perdieron que no se les puede negar que tengan buenos motivos para
serlo ¿no?".
"Las semillas de miedo".
"¿Cómo dices?".
"Antes dijo que un alma nueva nace de semillas de la
anterior y cada vez con menos esperanza, como si el aumento del miedo fuera
directamente proporcional a la pérdida de esperanza y las semillas que se
conservan son como el recuerdo doloroso de la anterior muerte...".
"Y un recuerdo doloroso provoca miedo y el miedo te hace
cobarde".
"Pero un cobarde al menos sobrevive".
"Y un valiente muere, ¿eso quieres decir? Como todos
estos. Suelta la pala".
Oh oh. "¿Ya hay suficiente espacio?".
"Ya no hará falta".
"¿Qué quiere decir?".
"Que estabas cavando tu propia tumba mentecato pero los
cobardes sobreviven, como bien dices, y aquí los valientes mueren, ya te dije
que éste no es lugar para vivos. Otro más".
"Pero...".
"Pero nada, no estás preparado, así que largo".
"¿Preparado para qué?¿Para morir?".
"¡Para ser valiente! Para volar como Icaro..."
"...O para estrellarme contra el suelo".
"Para crear tu propio mundo".
"O ser devorado por él".
"Para bañarte en el mar...".
"O caer por un abismo".
"¡Para doblar tu fortuna!"
"¡O para doblar mi miseria!".
"¡Para ser recordado con flores!"
"¡O para cavar mi propia tumba!".
"¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!"
Por unos segundos hasta la tierra rota de aquel lugar no pudo
tragar entre sus grietas aquel grito al unísono de dos enemigos condenados a
entenderse. Los dos acabamos frente a frente, respirando el aliento del otro,
uno dulce, el otro amargo, armados por igual, con una pala de sepulturero y un
jadeo postbatalla bajo una lluvia que apagó nuestra violencia.
"¿No dejarás de ser un gato verdad?" Me disparó a
la sien en un susurro.
"Quizás en mi próxima alma".
"En tu próximo miedo".
"Jamás se da por vencido ¿verdad?".
"¿Qué clase de ejemplo sería entonces para mis
valientes? Tu tampoco te das por muerto".
"Quizás cuando encuentre una muerte que valga más que mi
vida".
Me sonrió y me tendió la mano como un gesto de deportividad
para acabar como empezó, sin más.
"Devuélveme la pala y suerte con tu próxima alma. Vete
por donde viniste".
"No se por dónde vine".
"Solo aléjate de mí y ya encontrarás la salida".
"Aún no se su nombre".
"Sí, sí que lo sabes".
Me di media vuelta y con la cabeza gacha comprendí que me fuí
por donde vine, pero sin lo que vine, del cementerio de los valientes.