Inspirado en mi último viaje y con todo el respeto y cariño para esas personas que sufren lo que yo solo puedo imaginar.
Gracias por leerme.
De acantilados, vorágines y caminos
He perdido la noción del tiempo que llevo aquí parado, pero se que no es poco. El picor caliente que el sol me está provocando en la nuca me lo indica. Se que venía de allí y que me dirigía hacia allá. Se que me detuve aquí para fotografiar lo que contemplo acá.
Lo que no se es dónde se ha metido todo el mundo, todos los que dejé atrás antes de esta última subida, que no fueron pocos. Ni tampoco logro entender la pesadez extrema sobre mis hombros, si la mochila descansa sobre el manto vegetal de la duna donde me apoyo.
Esto no me gusta, esto no está bien. El mar de zafiro en calma que tengo capturado en mi cámara ya no es el mismo. Se ha embravecido hasta opacarse, castigando impunemente a las rocas allá abajo. Esto no está bien. Y yo ofuscado, a salvo aquí arriba pero sin estarlo, con un descontrol que me controla, un sudor que la brisa no barre, un aire que rehúsa entrar en mí. Esto no me gusta. Para ya de repetir eso joder. Necesitas calmarte y respirar paso a paso. Veo tiburones ahí abajo saltando desquiciados. No, no pueden ser de verdad.
Alguien viene por la derecha, una pareja. No puedo pedirles ayuda, mi pecho tiene atrapada mi voz. Ya se acercan, ya están aquí. Pero... ¿esto qué es? ¿No me ven? Pasan de largo delante de mis narices. Con un dolor en el pecho que me constriñe hasta el brazo al lanzarlo contra su desplante, la chica, solamente la chica, se desvanece como un remolino de esta arena rojiza.
Esto no me gusta. Y él... continúa el camino... ¿sin inmutarse? Esto no está bien.
Ahí abajo las bestias me esperan y lo que resuena por encima del látigo sobre las rocas es un martillo frenético en mi costillar.
Risas. Infantiles. Ahora una familia, pero ¿de dónde han salido?
Tienen que ayudarme, por favor, por favor. ¡¡Nooo!!
Mujer y niño han volado como plumas directos a partirse el espinazo contra las rocas. Los tiburones se sirven a su antojo. Y una vez más el hombre continúa como si nada.
Agua, necesito agua. Tengo la lengua como un zapato pero no reacciono. Miro a mis brazos inquisitivamente para obligarlos a cumplir una orden que parece no llegarles en mitad de esta vorágine sin sentido. A cámara lenta los veo moverse y a unos pasos aparece un hombre mayor que envejece, se encorva y pierde luz a medida que se acerca.
Cuando a su velocidad de penitente pasa frente a mí, se gira sin detenerse para mirarme frente a frente. Me reconozco en él debajo de su decrepitud y cuando él reconoce en mí el escalofrío del miedo al borde del acantilado, me sonríe, se yergue y alegra el paso hacia donde yo me dirigía.
Cuando a su velocidad de penitente pasa frente a mí, se gira sin detenerse para mirarme frente a frente. Me reconozco en él debajo de su decrepitud y cuando él reconoce en mí el escalofrío del miedo al borde del acantilado, me sonríe, se yergue y alegra el paso hacia donde yo me dirigía.
Mi mirada atónita e inmóvil centrada en este personaje parece ir desagüando el ruido de mi cabeza. En alguna parte dentro de ella, muy al fondo, algo se hizo fuerte, más que yo. Ahora que el mar vuelve a ser zafiro y mi pecho se desentumece, ahora que el aire entra y el sonido sale, ahora le encuentro el sentido a la vorágine. El pánico a lo que venía y ya no vendrá, la ansiedad por lo que sí lo hará.
Y mientras, el murmullo enfrascado de la música en mis cascos que cuelgan no se paró. Suena, bendita ironía, "Miedo" de Izal. Sonrío, levanto la mochila sobre mi espalda, miro el camino que me queda por delante y voy en busca de aquel viejo alegre. Y canturreo.
"Se que te irás en el mismo momento en que deje de pensarte..."
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