miércoles, 22 de mayo de 2024

De verso a verso

         "Y mira tú que estando lejos lo cerquita que te siento". Un verso del capitán estampado en una camiseta como autoregalo de navidad, un verso que habla de mí.
Habla de mí y de los que estamos unidos por la misma escena: abrazo, beso, un "llama cuando llegues" y un traqueteo de maleta sin mirar atrás, sobre todo sin mirar atrás. Lo malo es cuando a la secuencia se suman las lágrimas de una criatura evidenciando así que su infancia ya empieza a decir adiós.
        Probablemente no leas esto, al menos de momento, quizás algún día, pero necesito hacerlo por el respeto que te debo.
Sé que entiendes mi porqué, que papá y mamá te lo han explicado bien a ti y a tu hermano. Hace ya un par de años que barrunto que lo entiendes, pero ya no pudiste aguantarlo más y está todo bien con eso. A mí no me enseñaron a llorar cuando debía pero yo aprendí a escribir cuando lo necesitaba.
Sé que entiendes que ese tío al que adoras viene y va de vuestras vidas porque los mayores tienen obligaciones y las mías por desgracia están muy lejos.
No voy a engañarte, te debo respeto. Podría regresar a casa, podría utilizar el bagaje de tanto tiempo fuera para buscar un trabajo ahora que nuestra tierra parece -peligrosamente- de moda. Podría, pero no. Algo me dice que no sería feliz, como ya empiezo a serlo aquí, por mucho que sea el peso de Cádiz en la balanza de un gaditano. Esperaré aún para darte más detalles.
Sé que lo entiendes porque, aunque no lo creas, el calvorota de tu tío también tuvo tu edad una vez (y pelo) y tuve que ver a mi padre, el abuelo de la foto, marcharse a Sevilla, Granada o Mallorca. Porque los mayores tienen obligaciones y a veces, por desgracia, están lejos.
        A eso que sientes dentro se le llama frustración. Sucede cuando entiendes algo pero el dolor que supone aceptarlo es más fuerte. Es lo que sientes cuando pierdes a un juego con tu hermano, cuando tu equipo desciende, cuando suspendes un examen, cuando se va la gente a la que quieres, cuando no llegas a tiempo para decir ni tan siquiera adiós. En definitiva, es lo que sientes cuando no eliges lo que te toca aceptar.
        Todo llegará, tranquilo. La buena noticia es que somos de Cádiz y te enseñaremos cómo se hace para resistir. Si la salud acompaña nos queda mucho por vivir juntos, no te preocupes.
Y sobre todo no te olvides que aquel mismo poeta cantó otro verso que habla de mí: "...donde esté una bandera siempre ondea y seguro que algún día volverá".

domingo, 5 de mayo de 2024

Tú, el sitio más seguro del mundo.

    Hoy me mudé a mi nueva casa, la cuarta en esta ciudad, la mejor que he tenido hasta ahora. Es una casa nueva, con todo nuevo, ordenado y limpísimo, pero no es mi casa ideal. Mi casa ideal ya la tuve y ya pasó, las circunstancias obligaban. Era un lugar de paso, como lo es todo en la vida, era un hogar, como lo han sido algunas, era el sitio más seguro del mundo, como no lo ha sido ni lo será ninguna jamás. 
    Mi casa de Oropéndola lo es cada día menos, es la casa de mi familia, pero tampoco es mi casa ideal. Me pilló ya crecidito y unas vacaciones no dan para rescatar todas las sensaciones que viví en ella. Es la casa de mi familia, donde juego en el pasillo con mi sobrino, donde hago una reverencia al sofá rojo de la salita, donde comemos juntos los domingos, pero no es mi casa ideal. Yo crecí en la calle Santa Fe 32, en un tercero de la barriada de los Reyes Católicos, tan patriótica como el yugo y las flechas que recuerdan su fecha de construcción, en aquella España en color sepia. Una casa a tiro de piedra de mi colegio, con unas vistas impresionantes de la Iglesia Mayor y desde donde en las mañanas claras al despuntar el alba hasta se podían divisar las casitas blancas de Medina Sidonia. Solo con eso ya sería merecedora de ser la casa ideal de cualquier niño, pero resulta que el que habla ya es un hombre que también es hijo y que sabe que su casa ideal la perdió hace casi 34 años.     Aquella casa era mi madre. Era una casa de carne y hueso, calor y alimento, tranquilidad y descanso, amor y vida. Más que casa, yo viví en un templo, un espacio sacrosanto donde se obra un único milagro, el de la vida. Es por eso que jamás he tenido más religión que las arrugas de mi viejita del alma, ni más penitencia que su lejanía ni más misa que sus abrazos ni más peregrinación que a la hermita de su falda. Ni más infierno que repetir la historia, por eso me curo en salud antes de que sea demasiado tarde, como ya lo fue una vez. 
    Ha pasado mucho tiempo desde aquellas noches en las que te prohibía acostarte sin avisarme, en las que acosaba tu frente para desearte buenas noches, en las que reías como una niña y yo retrataba tu sonrisa para el futuro hombre que estaba por venir y por marchar. Ya sabes cómo soy, prefiero abrirme en canal a escondidas y sin avisar, y contigo nunca antes lo hice. Pero hoy me mudé a mi nueva casa, te vi de nuevo y supe que jamás volveré a tener una casa como tú, el sitio más seguro del mundo. Gracias por la vida.

jueves, 2 de mayo de 2024

Aprovechando la collá. Viaje al centro de mis sueños

    Aprovechando la collá de que el tema del finde pasado en el blog amigo https://claudianotienetitulo.blogspot.com/ versaba sobre la fragilidad de las ilusiones, de los sueños, he preferido recuperar un viejo escrito mío antes que escribir algo nuevo. Simplemente porque lo que significa para mí encaja muy bien con la propuesta y además es una de las piezas de las que más orgulloso me siento. Espero que os guste.


Viaje al centro de mis sueños

    Son las 8.58 en mi reloj cuando la luz maternal y tajante de la mañana me despierta los sentidos. Echo la vista a un lado y desde mis alturas contemplo maravillado tras el cristal el más hermoso de los paisajes. De mi memoria van despertando las fotografías que tomé de recuerdo y que me hacen tomar conciencia de que hasta hace solo unas horas yo estaba besando más que pisando ese mundo de naturaleza indómita que ahora visto desde aquí arriba parecía adormecido como un bendito. 

    La luz baña en canela el mar en calma que se extiende alargado justo debajo de mis ojos. En la otra orilla aún es de noche y la brisa le provoca escalofríos a los campos de trigo. Sobrevuelo los volcanes gemelos y el recuerdo de la escalada hasta su cima me saca la sonrisa del que vence por buena fortuna. Al norte por la otra cara descendí sin freno directo al centro de una tormenta del revés, acelerada y latente. Exploré todo el territorio de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de una cordillera a la otra, de un umbral del mundo al otro. Y como el mundo hacia afuera se acababa volví adentro para descubrir por mi mismo la región más viva, más inquieta y más diversa de este nuevo planeta. Revivo ahora desde aquí arriba el mismo placer contemplando cómo el amanecer dibuja en ese lienzo una obra de arte. Como no me decidía por ninguna de las dos vertientes, ataqué ambas por igual. Por la derecha la excursión me entretuvo el olfato con un perfume excitante que me guió hasta la fuente de los deseos, donde hay que proceder con los pasos tradicionales que todo turista conoce. Primero envuelves tu deseo en un susurro, luego lo sellas con un beso y por último lo arrojas dentro para que del mismo centro del planeta reverbere una respuesta. Por la izquierda hice escalada a mano desnuda para disfrutar de la textura del terreno y al final del recorrido, para volver a hacer pie, hay que coger impulso agarrándose a una enredadera. 

    Así me ví atrapado en una suerte de selva de esas con las que el viento baila un valls y la luz calla a los poetas, peinando sin descanso aquella tierra revuelta convertida en laberinto. Laberinto que se contempla tan sencillo ahora desde aquí arriba, con una amplia salida al frente para descender a la misma boca de unos infiernos donde el ángel caído más bien se hubiera suicidado. Aún es de noche en la otra cara del planeta y la luz del día se empieza a bañar en dos lagos donde ahogarse no es ninguna agonía, sino el fin de ésta. Los campos de amapolas siguen tan sonrojadamente florecientes como cuando me tumbé en ellos para secarme tras mi baño. Así al atravesarlos me lancé hacia el sur en un vuelo sin motor donde perdería el norte y aterricé en la planicie de un desierto con un pozo que jamás sacia tu sed. Y aunque el destino final estaba cerca había aún más sur por explorar y no podía desaprovechar la oportunidad en un viaje que uno nunca sabe si volverá a realizar. 

    Sigue siendo de noche en la otra cara del planeta, pero en ésta la claridad me permite ver las huellas del camino que recorrí hasta un "finis terre" rocoso. Un callejón sin salida que obliga al viajero a desandar sus pasos por la ruta del interior, de clima más cálido si cabe, con un paisaje desierto y que casi en línea recta devuelve las energías al caminante, que contempla cada vez más cerca la última estación de su viaje a este mundo de continentes profundos y patria sin bandera. El arco de la catedral se hacía más grande a cada paso, la catedral donde el peregrino rinde su ofrenda a Venus y la diosa obra su milagro. Primero recuperé el aliento en sus capillas laterales. Debía poner todos los sentidos para disfrutar de la enésima maravilla que me quedaba en este mundo. El tacto en los campos de trigo, el olfato en la fuente de los deseos, la vista buceando en los lagos, el gusto en los infiernos, el oído adicto mendigando su droga en cada esquina. 

    Si Stendhal hubiera sabido contemplar este mundo como yo lo he amado, no habría Florencia alguna que le provocara un suspiro. Si yo hubiera podido ser cuanto sueño, no habría Calderón que rimara dos verdades.

Son las 9 y un mensaje aparece en mi teléfono:

"Ey, espero que llegarás bien a casa. ¿Ya estás despierto? ¿qué haces?"

Respondo:

"Nada, solo soñaba".


final alternativo

La alarma de mi reloj me detiene, son las 9 en punto y ese mundo que fue el mío gira sobre su eje, trayendo el día también a la otra cara del planeta.

-¿Qué haces despierto?

-Nada, sólo soñaba.