Son las 8.58 en mi reloj cuando la luz maternal y tajante de la mañana me despierta los sentidos. Echo la vista a un lado y desde mis alturas contemplo maravillado tras el cristal el más hermoso de los paisajes. De mi memoria van despertando las fotografías que tomé de recuerdo y que me hacen tomar conciencia de que hasta hace solo unas horas yo estaba besando más que pisando ese mundo de naturaleza indómita que ahora visto desde aquí arriba parecía adormecido como un bendito.
La luz baña en canela el mar en calma que se extiende alargado justo debajo de mis ojos. En la otra orilla aún es de noche y la brisa le provoca escalofríos a los campos de trigo. Sobrevuelo los volcanes gemelos y el recuerdo de la escalada hasta su cima me saca la sonrisa del que vence por buena fortuna. Al norte por la otra cara descendí sin freno directo al centro de una tormenta del revés, acelerada y latente. Exploré todo el territorio de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de una cordillera a la otra, de un umbral del mundo al otro. Y como el mundo hacia afuera se acababa volví adentro para descubrir por mi mismo la región más viva, más inquieta y más diversa de este nuevo planeta. Revivo ahora desde aquí arriba el mismo placer contemplando cómo el amanecer dibuja en ese lienzo una obra de arte. Como no me decidía por ninguna de las dos vertientes, ataqué ambas por igual. Por la derecha la excursión me entretuvo el olfato con un perfume excitante que me guió hasta la fuente de los deseos, donde hay que proceder con los pasos tradicionales que todo turista conoce. Primero envuelves tu deseo en un susurro, luego lo sellas con un beso y por último lo arrojas dentro para que del mismo centro del planeta reverbere una respuesta. Por la izquierda hice escalada a mano desnuda para disfrutar de la textura del terreno y al final del recorrido, para volver a hacer pie, hay que coger impulso agarrándose a una enredadera.
Así me ví atrapado en una suerte de selva de esas con las que el viento baila un valls y la luz calla a los poetas, peinando sin descanso aquella tierra revuelta convertida en laberinto. Laberinto que se contempla tan sencillo ahora desde aquí arriba, con una amplia salida al frente para descender a la misma boca de unos infiernos donde el ángel caído más bien se hubiera suicidado. Aún es de noche en la otra cara del planeta y la luz del día se empieza a bañar en dos lagos donde ahogarse no es ninguna agonía, sino el fin de ésta. Los campos de amapolas siguen tan sonrojadamente florecientes como cuando me tumbé en ellos para secarme tras mi baño. Así al atravesarlos me lancé hacia el sur en un vuelo sin motor donde perdería el norte y aterricé en la planicie de un desierto con un pozo que jamás sacia tu sed. Y aunque el destino final estaba cerca había aún más sur por explorar y no podía desaprovechar la oportunidad en un viaje que uno nunca sabe si volverá a realizar.
Sigue siendo de noche en la otra cara del planeta, pero en ésta la claridad me permite ver las huellas del camino que recorrí hasta un "finis terre" rocoso. Un callejón sin salida que obliga al viajero a desandar sus pasos por la ruta del interior, de clima más cálido si cabe, con un paisaje desierto y que casi en línea recta devuelve las energías al caminante, que contempla cada vez más cerca la última estación de su viaje a este mundo de continentes profundos y patria sin bandera. El arco de la catedral se hacía más grande a cada paso, la catedral donde el peregrino rinde su ofrenda a Venus y la diosa obra su milagro. Primero recuperé el aliento en sus capillas laterales. Debía poner todos los sentidos para disfrutar de la enésima maravilla que me quedaba en este mundo. El tacto en los campos de trigo, el olfato en la fuente de los deseos, la vista buceando en los lagos, el gusto en los infiernos, el oído adicto mendigando su droga en cada esquina.
Si Stendhal hubiera sabido contemplar este mundo como yo lo he amado, no habría Florencia alguna que le provocara un suspiro. Si yo hubiera podido ser cuanto sueño, no habría Calderón que rimara dos verdades.
Son las 9 y un mensaje aparece en mi teléfono:
"Ey, espero que llegarás bien a casa. ¿Ya estás despierto? ¿qué haces?"
Respondo:
"Nada, solo soñaba".
final alternativo
La alarma de mi reloj me detiene, son las 9 en punto y ese mundo que fue el mío gira sobre su eje, trayendo el día también a la otra cara del planeta.
-¿Qué haces despierto?
-Nada, sólo soñaba.
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