Mi nombre es Lucio Morfeil, un apellido original donde vivo por la procedencia francesa de mis ancestros, como ocurre con algunos de mis paisanos.
Los achaques propios de mi edad ya me van hablando de tú y aquí, a la luz de una vela mortecina, en el altillo de la torre vigía de la casa de aquellos franchutes de los que vengo, he decidido que ya es hora de... pintar mi último cuadro.
Sí, soy pintor y según me dijo todo el mundo desde que era un niño, soy uno de los buenos. No es que no lo admita por falsa modestia, es que jamás pude contemplar nada de lo que creé, porque soy ciego, por increíble que parezca.
Los achaques propios de mi edad ya me van hablando de tú y aquí, a la luz de una vela mortecina, en el altillo de la torre vigía de la casa de aquellos franchutes de los que vengo, he decidido que ya es hora de... pintar mi último cuadro.
Sí, soy pintor y según me dijo todo el mundo desde que era un niño, soy uno de los buenos. No es que no lo admita por falsa modestia, es que jamás pude contemplar nada de lo que creé, porque soy ciego, por increíble que parezca.
No del todo, por eso la vela, de la que solo percibo una luz engullida por la niebla que me inutiliza los ojos. Pero no voy de pobrecito, no me quejo. Cuando me quedé huérfano a los ocho años no acabé ni en la casa cuna ni de pedigüeño por las esquinas. Mi tío me acogió aquí, me dio una educación y descubrió mi talento innato ya fuera con un pincel, con un lápiz, sobre papel, sobre lienzo. Cualquier cosa me servía para mostrar lo que miraba sin ver. Nunca me importó mi negrura porque con mis manos yo te inventaba.
El brillo del escudo familiar se fue apagando como mi vela con el paso de las generaciones. A mí me tocará cerrar el capítulo de los Morfeil, puesto que ni mi amor ni mi pasión fueron nunca devotos de alma humana alguna. Probé los placeres de la carne, en muchas ocasiones valiéndome de la admiración por el artista, pero nada más.
Por eso, para devolver a mi gente lo que me dio, junto a esta carta encontrarán mi última voluntad pintada sobre lienzo.
Las manos de la señora Rosario tejiendo sus redes a la sombra de una barca, con sus arrugas contando años como los anillos de un árbol. Mientras, yo sentado en la arena muy cerca de ella con mi uniforme nuevo, casi llegué tarde a mi primer día de clase.
Por eso, para devolver a mi gente lo que me dio, junto a esta carta encontrarán mi última voluntad pintada sobre lienzo.
Las manos de la señora Rosario tejiendo sus redes a la sombra de una barca, con sus arrugas contando años como los anillos de un árbol. Mientras, yo sentado en la arena muy cerca de ella con mi uniforme nuevo, casi llegué tarde a mi primer día de clase.
El gigante protector, aquél drago enorme en el parque cuidando del sol a los niños vestidos de domingo.
El recreo de las locas sin rumbo ni destino cuando ya no quedaban migajas en la plaza y la señora Hortensia me recompensaba con un chocolate del ultramarino por preferir ayudarla con sus quehaceres.
La nevada de colores fabricando la alegría para un año entero, que fue lo que duró el recuerdo de la primera caricia intencionada de mi adolescencia principiante.
Los deseos liberados en su celda de la calle del Silencio, aquella noche de primera borrachera acompañado de truhanes graduados en las Luces y en las sombras.
Centinelas marineras de ronda entre los castillos, diligentes e impertérritas al temblor de mi cuerda floja cuando de la noche a la mañana me convertí en el señor de la casa, tras la muerte de mi tío.
La primavera asomada en los balcones, guardianes de secretos que marchitan dentro de nuestras alcobas, aunque para la modelo y para mí supusiera una tarde en el Edén al que nunca viajó con su marido.
El club de los insomnes hijos de La Boheme a la caza de las musas que les revolotean, que atraíamos al olor del humo y el vino arrabalero para parir sin dolor el arte gestado dentro.
Los duques de la coba jugándose la nada por el todo con los más listos de la Corte pero extranjeros en sus calles, mientras yo en la audiencia esperaba el final repetido de la comedia.
La siesta de los granujas, con el sol tostando la piedra ostionera de las murallas, gatos callejeros que no pierden un ápice de señorío.
El club de los insomnes hijos de La Boheme a la caza de las musas que les revolotean, que atraíamos al olor del humo y el vino arrabalero para parir sin dolor el arte gestado dentro.
Los duques de la coba jugándose la nada por el todo con los más listos de la Corte pero extranjeros en sus calles, mientras yo en la audiencia esperaba el final repetido de la comedia.
La siesta de los granujas, con el sol tostando la piedra ostionera de las murallas, gatos callejeros que no pierden un ápice de señorío.
La bella escondida para el resto del Orbe tras el patio de un convento y El ajedrez de azoteas donde la ropa baila al compás de los cuatro vientos, con los que aprendí a detenerme a tiempo antes de precipitarme en la misma fosa donde las noches despeñaron a tantos otros.
El camino de plata de las noches de verano cuando Catalina la blanca se ancla en nuestras aguas y que me guiaba como una lazarilla hasta el cofre de mi tesoro repleto de colores, anclándome a mi fantasía.
El bosque flotante en su otoño creciente de este barco a la deriva en quien me fui convirtiendo en paralelo a la ciudad, acomodándome a las nuevas aguas inevitables de la edad.
El bosque flotante en su otoño creciente de este barco a la deriva en quien me fui convirtiendo en paralelo a la ciudad, acomodándome a las nuevas aguas inevitables de la edad.
Poseidón dando muerte a Apolo cada tarde como ofrenda para los devotos de Afrodita y Los espejos del alma nacarados por nubes y espuma, que me encerraron en todos los aspectos posibles en mi obsesión por conseguir la perfección que contemplaba cada día a mi manera.
La chusma en su misa de la esquina esperando mesías de mecha corta, cuando la alegría le pudo a la perfección y aún con canas y torpezas invasoras los paisanos me hicieron revivir otros tiempos.
La chusma en su misa de la esquina esperando mesías de mecha corta, cuando la alegría le pudo a la perfección y aún con canas y torpezas invasoras los paisanos me hicieron revivir otros tiempos.
Y así me hallé en equilibrio para encarar el fin de mis días con Las mil lanzas puestas a pescar garabateando en el aire la plegaria del pobrecito; con Damas embriagadoras por la alameda de los flirteos adolescentes y El levante titiritero de unos papeles jugando a la rueda rueda en una esquina cualquiera, sacándome una sonrisa recordando la infancia tan lejana y viva.
Así, por la presente concluyendo, que devuelvo a mi pueblo la vida que me ha dado, con trazos de recuerdos y pinceladas de mis sueños, amalgamando así el paraíso de este ciego al que tomaron por genio, cuando lo único que hizo fue soñar con sus cuatro sentidos. Todo lo dejo a mi pueblo, todo lo que encuentren en esta torre cuando hayen mi cadáver, para que nunca olvide su identidad.
Así, por la presente concluyendo, que devuelvo a mi pueblo la vida que me ha dado, con trazos de recuerdos y pinceladas de mis sueños, amalgamando así el paraíso de este ciego al que tomaron por genio, cuando lo único que hizo fue soñar con sus cuatro sentidos. Todo lo dejo a mi pueblo, todo lo que encuentren en esta torre cuando hayen mi cadáver, para que nunca olvide su identidad.
- Lucio Morfeil, vividor, soña... bla bla bla.
- Carlos, creo que deberíamos de hablar con la concejala, esto que hemos encontrado es muy gordo para la ciudad.
- ¿Con la de Cultura? Ni se te ocurra Carmen, ni se te ocurra.
- Pero Carlos...
- He dicho que no, nos jugamos el cuello con este proyecto. Por fin conseguimos quitarnos de encima al último inquilino y los de arriba volcaron todo en conseguir las licencias antes de que pudieran cambiar las leyes. Y cuando digo todo, es todo Carmen. Para junio quieren ya la apertura y colocarnos en el top de los principales buscadores de Asia y norte de Europa.
- ¿Y qué hacemos con el documento? Es de un valor incalculable Carlos y puede ser un escándalo si se descubre.
- Carmen no me jodas eh, no me vengas con escrúpulos ahora cuando hiciste de todo para echar a las seis familias y a los tres viejos que vivían aquí eh. Esta carta la guardaré en mi caja fuerte en el chalet de la sierra y aquí no ha pasado nada. Los obreros que sigan con lo que estaban y cuando en unos meses el alcalde nos haga la ola se la entregamos y que se inventen la noticia del hallazgo como quieran.
¡Qué identidad ni identidad!, por favor.