POPURRÍ
“…la sangre despierta de pronto, un ejército empieza a llegar silencioso, las plazas, los
barrios, el castillo, la playa. Los huesos oyeron la vieja llamada. Todos unidos y solos,
pendientes y ausentes, buscando un milagro en el espigón de occidente…”
Los carnívales, 2019.
Dicho sea de paso, en los últimos días he socializado más, porque de eso también va esto,
de encontrar gente, de charlar, de conocer, de aprender, de intercambiar y con suerte, de
conectar. En mi caso añado observar, que si bien he mirado hacia arriba, hacia lo profundo y
lo divino, también lo he hecho hacia el frente y lo humano.
El Camino no deja de ser una representación a escala del universo social en el que estamos,
individuos pintorescos, otros estándar (entre los que me incluyo), extrovertidos (algunos
demasiado para mi gusto), introvertidos, mundanos, místicos, amables, achuchables,
interesantes, sabelotodos, de perfil bajo. En definitiva, cada uno de su padre y de su madre.
Por supuesto en esta maqueta hay que incluir a la gente de pueblo que te encuentras.
Personas que a nuestros ojos de urbanitas tienen un punto de personajes casi de ficción,
dicho esto con todo el respeto, que con unos segundos que se cruzan en tu vida ya le sacan
las vergüenzas a uno de lo que perdimos en las selvas de cemento.
Volviendo a los compañeros caminantes, en el rincón de mi cama me paro a observar o
incluso sin intención de hacerlo y esa tendencia social nuestra de etiquetar sale sola. Luego,
si se dan las circunstancias o si se provocan, una mínima conversación te da una mejor
definición de la persona.
Mi metáfora de nosotros mirados como un escaparate, desde fuera, más atractivos o
menos. Cuando un escaparate, una tienda, te atrae, entras para descubrir más. A veces, tal
como entras sales porque no era lo que esperabas. Otras, entras y te quedas un buen rato
porque te gusta el género de la tienda. A veces consiguen que te conviertas en cliente
habitual, siempre recíprocamente, claro, que si quien despacha es un malahe te marchas a
seguir comprando. Pues así continúan funcionando las cosas aquí, en el escenario de los
albergues y en el de las sendas de cada mañana.
Un chico italiano con un burro desde su país (el del chico, no el del burro) que no está
haciendo el camino, está viviendo en él, desde octubre. Lo perdí de vista hace unos días,
pero la próxima vez que escuche un rebuzno probablemente ahí esté. Podría hacer muchos
chistes sobre esto último pero ya cada uno tiene su ingenio para sacarlos.
Una mujer francesa de setenta y pico que viene desde el norte de su país. Admirable
aunque un poco porculera también. Mucho italiano, que se hacen notar y esto no lo digo
necesariamente como algo positivo. Mucho francés, no en vano éste es el camino francés.
Simpático alguno y quizás lo serían más si supieran hablar algo en otra lengua que no sea la
suya, como la del país donde están. No en vano, este es el camino de Santiago. La más
simpática, precisamente porque te puedes comunicar con ella, una chica con un perfecto
español dominicano (con un lindo escaparate).
Un americano, muy simpático, de Montana (leer con acento de allí). Eso sí, no veas como
ronca el hijo de Utah. Ojalá que en su segundo intento consiga llegar a meta, sospecho que
tiene motivos personales bastante importantes. Una americana, hospitalera, no peregrina,
con la que comienzas una conversación solo por una revista de Historia y acabas charlando
sobre la enseñanza del español porque compartís esa profesión.
Una lituana, la primera compañía nada más comenzar esta experiencia. Desde entonces ya
solo la vi una vez. No tiene plazos, no planea etapas, no tiene un calendario, simplemente
está de vacaciones indefinidas al parecer.
Un matrimonio rumano, mayor. Estuvieron a punto de tirar la toalla, por problemas físicos.
De eso ya hace y ahí continuaron, incluso daba la impresión de que tenían más energía. Se
podían hacer entender con un poquito de inglés pero la barrera del lenguaje estaba
presente. También les perdí la pista, ojalá que continúen.
Ojo, que también hay españoles. La mayoría vienen para una semana o dos a lo sumo
porque necesitan volver a trabajar. Hablo de Álex, de Barcelona, discreto, callado, incluso
tímido. Tenía la esperanza de rencontrarlo en León, donde él finalizaba, pero no hubo
suerte. Me hubiera gustado seguir en contacto. Eso sí lo podré hacer con Tania, también de
Barcelona, con la que compartí prácticamente una etapa entera, además del día previo en el
albergue, y conectamos muy bien. En el susodicho albergue ambos compartimos toda la
tarde hasta la cena con don Jesús Arias, un señor gallego interesantísimo, que vive en
Burdeos donde ha ejercido como profesor de Historia además de publicar libros y con
muchas historias que contar, una eminencia vaya. Pero me temo que fue flor de una tarde.
En el día en el que termino esta cuarteta de popurrí aún he podido sumar alguien más. Una
mujer, de nombre desconocido para mí todavía, de Madrid. Nos conocimos hace un par de
albergues atrás y hoy hemos compartido buena parte de nuestro camino. Mañana espero
volverla a ver en nuestro destino común y le preguntaré si quiere seguir en contacto.
Esas, entre otras, han sido las personas y personajes que se han cruzado en mi camino en
poco más de una semana de esta singular aventura. Imagino que en algún momento volveré
sobre el tema, quien sabe si con un pasodoble o con un cuplé.
Ojalá que el dolor, físico, que ya hizo acto de presencia y me ha apartado del papel estos
días, me permita continuar mi viaje.
Miércoles 10 de agosto, 2022. Escrito entre Carrión, Ledigos, Calzadilla de los Hermanillos, Reliegos, León y San Martín.
Qué linda narración, Antonio. Me ha encantado cómo has acercado a las personas que conociste y ese símili con los escaparates
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