CUPLÉ
“Hay personas que luchan un día y son buenas. Hay personas que luchan un año y son
mejores. Y hay quien lucha una vida entera… esos son los imprescindibles.”
Los imprescindibles, 2015.
Domingo, Arzúa, penúltimo día de mi camino, cinco y cuarto de la madrugada, destino
Pedrouso.
Comenzar a caminar muy temprano le permite al peregrino de verano evitarse las
calores del sol tirano o si uno quiere hacer eso de “¿qué no? Aguántame el cubata”, le
permite hacer muchos más kilómetros. Yo soy de los primeros, hace mucho que dejé
los cubatas.
Así que ahí iba el tío por la calle de Arzúa en silencio y el gallo todavía roncando. Pero
este menda, como ya dije, es de sugestión fácil, o hablando en plata, que se hace
caquita solo en la oscuridad por mitad de un bosque y hasta por mitad del desierto.
Menos mal que llevaba ya mi palo para hacer algo de ruido y sentirme poderoso cual
Gandalf. Ahora dime tú lo que le iba a importar a una hipotética bestia salvaje que yo
llevase un palo.
Después de un rato flirteando con la taquicardia apareció un oasis ya en otro pueblo o
agrupación de casas, con un banco y luz, sobre todo luz. La idea es sentarse y no por
cansancio, solo por hacer tiempo porque al día todavía le queda mucho para
despuntar. No hizo falta esperar, se dio el milagro en forma de linterna y peregrina que
corría como si llegara tarde a algún lado. Como buen gaditano había que coger la collá
y ahí que me volví a convertir en caracol con la casa a cuestas y echar a andar para no
perder de vista a la prima blanca de Usain Bolt. Yo detrás, a rueda, dándole su espacio,
que tampoco era cuestión de asustarla, con los ojos como platos cuando llegué a ver
que caminaba con chanclas.
Metros más tarde ella tomó la iniciativa de parar, girarse y dirigirse a mí para caminar
juntos. Ahí se dio la magia, esa conexión que uno sabe identificar cuando la ha
disfrutado previamente. Una malagueña, una más en mi vida, con age a borbotones y
una naturalidad que quita lah tapaerah der sentío. Una andaluza, valga la
redundancia. Mi tierra, mi acento, mi filosofía, mi gente, mi hogar, mi patria.
Nos contábamos nuestra vida, nuestro camino, la alegría y la risa iluminaban más que
el amanecer ansiado. Ahora me arrepiento de haber pensado en un primer momento
que si la dejaba a ella ir delante el animal que apareciera se la comería y a mí me
dejaría en paz. Aunque con los ovarios que hay que tener para hacer el camino en
chanclas y con la firme intención de finalizar en Santiago ese mismo día, no sé yo quién
se comería a quién. Quizás ya lo sabe, o al menos debería saberlo, pero es una mujer
valiente con todas las letras en mayúscula. Una andaluza, valga la redundancia de
nuevo.
Tanta charla, tanta charla que hasta nos pasamos una flecha y nos perdimos, por
poquito tiempo, eso sí. La primera vez que se perdía en todo su camino decía la tía.
Seguro que es mentira, que ya se sabe que se coge antes a un mentiroso que a un cojo
y ésta de coja no tenía ná, ya te lo digo yo.
Con la claridad hubo contraste de sensaciones. Si mirabas arriba descubrías una cara
linda de ojos buenos pero si mirabas abajo eso era una india de la tribu pies negros.
Qué barbaridad por favó, tenía esos pies para una prospección arqueológica.
Pues así, con pamplinas como esta por ambas partes seguimos a velocidad de crucero
que lejos de cansarnos nos impulsaba, hasta que un fatídico encuentro nos paró en
seco. Nos topamos con… (música de película de suspense)… chan chan… ¡El Tortugo!
Un iluminati del caminati vendiendo sus bisuterías y con dos sellos que a la nena le
gustaron. Y por pararse salió escardá, porque este buen hombre sacó su espiritualidad
peregrina a pasear y la seguridad de esta chiquilla se tambaleó.
Conseguimos zafarnos de él antes de que la pobre acabara cambiando de planes. El
resto del camino compartido de esa jornada tuvo un aliciente más para salpimentar
nuestras pamplinas. El temporal del también llamado “El preguntitas” se fue disipando
con nuestras risas y cuando nos dimos cuenta llegamos a mi destino, Pedrouso,
destrozando un récord de tiempo. Bares y cafeterías comenzaban a abrir y nosotros
nos tomamos un buen descanso. Ella lo iba a necesitar para poder continuar con la
misma determinación y yo seguía saboreando esa conexión andaluza mientras durase.
Momento foto para la tranquilidad de su familia, que la niña se nos va sola por las
montañas cual Heidi y a ver si le va a pasá argo Manué. Parece mentira que no
conozcan a la niña, que si fuera chica Disney sería Mulán, y no lo digo por el roete.
Tan enganchado me encontraba que dejamos todo y nos fuimos a otra calle a
desayunar. Las cosas que el Camino provoca a su paso por estos buenos pueblos es
que hagas algo así y cuando regreses un buen rato después todo siga en su sitio.
Honradez y respeto máximo de la gente de bien.
Después de reponer fuerzas se acercaba el momento de una despedida con ilusión de
metamorfosear en un hasta luego. Nos la jugamos a la serendipia de reencontrarnos en
Santiago al día siguiente, nada de intercambiarnos números para estar en contacto,
que la magia de las meigas o el milagro del apóstol se dieran de nuevo. La huella, la
guinda del pastel, ya estaba.
Yo regresé a la rutina habitual y al reencuentro con los compañeros habituales. Un día
más, un día menos.
Domingo 21 de agosto, 2022. Escrito en Pedrouso.
Mi camino favorito, tú
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