POPURRÍ
“…sea yo de verdad quien sepa decir adiós, dando gracias al mundo sin odio y rencor, y la
ciudad me recuerde cantando.”
La eterna banda del capitán Veneno, 2020.
Con los pies en la tierra, el corazón en las nubes, la mirada en la vida, las manos en su pueblo y su sangre y la casa a la espalda, un peregrino regresaba a la superficie ya saciado por las musas.
En algún momento el corazón debe dar un paso atrás y la cabeza al frente. Es el último
destino pero la rutina es la misma que en todos los días anteriores: albergue, ducha,
lavadero, almuerzo, descanso para el que lo requiera y disfrute, hoy más que nunca. A esto
había que sumar la recogida del premio final físico, la compostela, y de la vieira, ese símbolo
de siempre ahora convertido en souvenir al alcance de cualquiera en cualquier punto del
camino, una pena.
Con los deberes hechos tocaba continuar la buena racha encontrando esas caras conocidas,
potenciales amistades para compartir el último día o penúltimo como se había hecho en los
días anteriores. Sonrisas intercambiadas, abrazo de reencuentro, charla de análisis y
primeras impresiones. El problema de la masificación turística arruina los planes a muchos
peregrinos verdaderos, como por ejemplo la imposibilidad de atender la misa nombrada
para ellos porque la cola da la vuelta a la plaza de la Quintana y desaparece por la esquina
más apartada. A la tarde lo podrán intentar de nuevo, yo no.
Me separo de ellos otra vez, abrazo de hasta luego, camino de vuelta acunando al yo más
interno. Es momento de los quehaceres y luego a vestirse de turista. El bastón ya quedó
olvidado, la mochila no saldrá más. Tan solo una bolsa con lo necesario previsto para pasar
el resto de la tarde en ese hormiguero medieval. El plan, el de siempre, ninguno. Pasear,
admirar, tirar fotos, perderse por las calles, todo eso a la vez en la catedral. De repente la
alegría malagueña requiere mi presencia para regar el brote verde sembrado ayer. Un
alemán muy simpático se sube al barco, es lo bueno de saber idiomas, que convierte las
torres de Babel en lugares de concordia.
Al final de la rúa Nova nos despedimos, con la miel en los labios me quedo por no haberla
disfrutado más tiempo. Es extraño sentir tanto cariño por alguien en tan poco tiempo. Es
extraño desear de corazón que a esa buena gente conocida y a fin de cuentas desconocida
le vaya lo mejor posible en su futuro, sin importar las pocas probabilidades de estar en él. Y
así, recordando los rostros con nombre y sin él de compañeros y compañeras, la primera
despedida se rubrica. Extraño o no, sean las meigas o sean los milagros, lo importante es
que estas cosas sigan sucediéndonos para que el ser humano no se olvide nunca de eso, ser
humano.
De la digestión de la despedida unas calles después la suerte de nuevo se arrima para
reunirme con ese grupo de amigos compañeros. Con ellos también tocará una segunda
despedida pero no sin antes disfrutar de una última cena. Que les vaya bien por favor, solo
eso, que les vaya bien.
Caminito de vuelta en soledad, digiriendo pinchos y despedidas, bondades y vivencias, una
nueva serendipia paría la tercera despedida. Rostros italianos sin nombre y uno solo con él,
Eduardo, me detenían con una sorpresa mutua después de perdernos de vista varias
jornadas atrás. Gente de la que conoces lo mínimo, que son italianos, su aspecto físico y sus
ciudades. Rostros conocidos, personas desconocidas, peregrinos compañeros. Ciao, hasta
siempre mejor que hasta nunca.
Música. Paseo paciente. Cielo poniéndose el pijama. “Deprisa late el corazón, deprisa. Hace
presencia la canción que avisa que se ha acabao ¿ya? Casi se ha acabao. Aaaah. Aún queda
mucho por contar…”
Lunes 22 de agosto, 2022. Escrito en Santiago de Compostela.
Jo, otro que me encanta. Qué bien escrito, Antonio. Atrapas a cualquiera, te lo juro.
ResponderEliminarAyyyyyyy
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