De todas las guerras que el hombre libra, la más difícil no es la que se desata inmediatamente después de apretar un gatillo, de levantar el puño o de abrir la boca. Esas no son más que consecuencias de una guerra previa, la que destroza la cabeza y el corazón, la que enfrenta pensamientos contra sentimientos y viceversa, la guerra de las decisiones. Apretar el gatillo no implica ninguna guerra cuando solo implica pensamientos, la decisión puede ser rápida, de apenas un segundo, y la cabeza y el corazón quedan intactos.
¿Pero qué pasa cuando se trata de apretar el gatillo, por ejemplo, contra un niño que te recuerda al tuyo? Pasa que los sentimientos entran en el juego y el temblor de la mano, el puño o la boca te muestra la verdadera guerra, la que puede atormentar a un hombre hasta límites insospechados. En esa guerra siempre habrá dos cosas claras, que los sentimientos siempre se van a cobrar algo incluso cuando parezca que la decisión la toman los pensamientos; y que el perdedor siempre va a ser el hombre, con la cabeza y el corazón destrozados.
Peter Pan nunca muere, solo te lo hace creer mientras te refugias en las faldas de Wendy. Para el que un dia creyó haberle dado muerte y así nunca esperó su vuelta, su vuelta le coge por sorpresa y corre con él hacia Nunca Jamás. Pero una vez que el ciclo se repite, te mantienes alerta pensando qué regalo traerá esta vez Peter, un nuevo proyecto, un nuevo objetivo, una nueva ciudad, unos ojos verde mar. Peter no aparece, te abrazas a Wendy, te mantienes alerta, la guerra sigue destrozando tu cabeza y tu corazón, porque Peter, el sentimiento, siempre se cobra algo cada vez que recuerdas, entre la sonrisa y la pena, entre Peter y Wendy, una guerra al fin y al cabo. Y siempre al fin y al cabo, unos ojos verde mar. No es que desees la derrota de Peter, porque cabeza y corazón quedarán destrozados, lo que deseas es que si gana, por favor esta vez te lleve para siempre a Nunca Jamás con unos ojos verde mar.
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